Resumen
El presente trabajo analiza, de manera descriptiva y argumentada, la forma en la que el lector conduce su formación personal, a las páginas de los textos que está leyendo; se trata de un acorde o acomodo vivencial en que la creatividad, la imaginación y la amplitud de sentidos, se asocian a elementos axiológicos, cognitivos y lingüísticamente asumidos desde la más viva rutina de la cotidianidad. Este proceso lo encamina a pensar, a razonar y a emocionarse, no solo para comprender literalmente, sino para leer entre líneas y más allá de ellas; sobre todo cuando se trata de bucear en el fondo de la concepción ideológica que el autor desparrama en el texto y más allá de él, de manera especial en los textos de corte social, artístico, cultural, religioso y humanístico. De manera que la palabra, en sus múltiples variantes idiomáticas, es parte de la naturaleza del ser humano. Por extensión, la lectura, a través de un texto, debe ser consustancial con la finura que el espíritu humano es capaz de desarrollar individualmente, desde una adecuada motivación estética y el recorte micropolítico que se aplique para saborear la profundidad de la palabra encarnada y leída, proactiva, recreativa y apasionadamente.
Abstract
The present work analyzes, in a descriptive and argued manner, how the reader brings his personal training to the pages of the texts he reads; it is an experiential accord or accommodation in which creativity, imagination, and expansiveness of the senses are combined with axiological, cognitive, and linguistic elements taken from the most vivid routine of everyday life. This process leads you to think, to reason, and to get excited, not only to understand literally but to read between the lines and beyond them, especially when it comes to diving into the depths of the ideological conception that the author spreads in the text and beyond it, especially in texts of a social, artistic, cultural, religious and humanistic nature. Thus, the word in its multiple idiomatic variants is part of the nature of the human being; by extension, reading, through a text, must be consubstantial with the finesse that the human mind is capable of developing individually from an adequate aesthetic motivation and the micropolitical cutoff that is applied to savor the depth of the word embodied and read proactively, recreationally and passionately.
Palabras clave
Lectoescritura, amplitud de sentidos, experiencia compleja, pensamiento, capacidad dialógica, atención.
Keywords
Literacy, breadth of senses, complex experience, thought, dialogic capacity, attention.
Artículo recibido: 2-sep-24. Artículo aceptado: 8-dic-24.
DOI: https://doi.org/10.33324/uv.vi85.873 Páginas: 148-161
1.
Introducción
Este estudio sobre filosofía del lenguaje va encaminado al tratamiento de la lectura y de la escritura desde la antropología simbólica, la hermenéutica, la fenomenología, la axiología (Azcona, 2002), y sin perder de vista la importancia que cobra en todas las disciplinas, el estudio de la lengua, desde la metalingüística (Martínez, 2024).
Desde esta perspectiva, el estudio de la lectura y de la escritura se adhiere a los aportes que se realizan desde la didáctica y la pedagogía, solo que el enfoque que planteamos es diferente. Mientras estas disciplinas trabajan desde el ámbito de la ciencia positivista y metodológica para tratar de establecer normas absolutas para leer y para escribir el enfoque de la antropología simbólica y hermenéutica confirman que “en materia de lectura a nadie se puede dar normas absolutas; solo se pueden ofrecer ideas y sugestiones” (Henríquez-Ureña, 2009, p. 19) para que el lector, desde su concepción personal, subjetiva y metacognitiva sea capaz de pensar, de reflexionar, de cuestionar, de adherirse o de desprenderse de las consideraciones temáticas e ideológicas que el texto escrito le plantea.
Por consiguiente, leer y escribir no admiten dispositivos previamente establecidos para aplicarlos como si se tratase de una receta médica o de cocina. Es la voluntad, el interés y el empeño personal, fuertemente motivado desde una experiencia que se gana palmo a palmo, en el intento permanente de buscar un sentido último a la realidad textual, desde una concepción de comprensión hermenéutica, es decir, de una interpretación personal que obedece, no al rango de la memorización ni de la norma escolar para dar una lección en el aula, sino de la antropología simbólica, que establece una categoría de valores que le ayudan al lector a calar muy hondo desde la racionalidad y la emocionalidad, que son las inteligencias que logra establecer el espíritu humano (Manes y Niro (2021) para llegar a emitir, no lo que contiene el texto, sino para arribar a conclusiones inferenciales tales como: “creo que tiene tal valor, que tiene tales defectos, que logra esto, que en aquello está mal, y en esto otro, bien” (Henríquez-Ureña, 2009, p. 23) y etc. de valoraciones simbólicas que le permiten al lector y al escritor brindar y asumir un nuevo enfoque, por lo regular profundamente humanístico sobre la realidad del mundo.
No es, entonces, la perspectiva literalista, sino axiológica e inferencial la que le dota al lector y al escritor de estas herramientas simbólicas y profundamente sentidas, para mirar el mundo, ya no como el que consta en el texto, al pie de la letra, sino desde una mirada interior (Han, 2024) en la que, por su cuenta, aprende a opinar lo que siente, no lo que le dice el texto, sino lo que, desde su concepción fenomenológica, logra organizar mentalmente hasta emitir valoraciones humanas muy sentidas como, por ejemplo, las que establece el escritor ruso Máximo Gorki, en calidad de lector:
Mientras más leía, más los libros me ligaban al mundo exterior, más la vida me parecía brillante y llena de sentido. Los libros celebran la diversidad y riqueza de la vida, la bravura del hombre en la búsqueda del bien y la belleza. Dando alas al espíritu y a mi corazón, los libros me ayudan a salir del pantano de tontería y mediocridad donde me ahogaba sin ellos (2009, pp. 48-50).
2.
Métodos
Este trabajo se enmarca en la investigación cualitativa y subyace a la revisión de las referencias consultadas, las cuales, acompañadas de la experiencia lectora y de escritura del autor, propone una serie de percepciones, reflexiones y proposiciones de carácter ensayístico para explorar ideas y concepciones teóricas (López, 2014), las cuales, desde una serie de elementos micropolíticos (Pakman, 2018) son debidamente revisados, desde las diversas circunstancias axiológicas, antropológicas, cognitivas, metalingüísticas, estéticas, ecológico-contextuales y filosófico-éticas (Guerrero-Jiménez, 2022). El recorrido nos encamina a la reflexión más sentida fenomenológica y razonadamente canalizada a la hora de leer un texto determinado y libremente elegido (Argüelles, 2014), de manera que el pensamiento creador, reflexivo, cuestionador, interrogativo y desde las ciencias de la cultura (Cassirer, 2021) converjan en la consecución de los ideales más profundos y vinculados con la grandeza humana.
3.
Discusión
3.1. El acorde vivencial de un texto leído
Cuando el lector se adentra en el texto que está leyendo, sea de la índole que fuere, y sea cual fuere la formación de ese lector, siempre lleva su realidad, es decir, su formación personal, a las páginas que está leyendo. Por eso es que no puede haber lectores de la misma idiosincrasia, debido a que cada cual es poseedor de su propio mundo, y desde ese mundo comprende e interpreta la realidad textual; por lo tanto, texto y contexto juegan un papel muy personal en cada lector, incluso así se lea desde una concepción de objetivos muy definida, como la de aquellos que dicen leer solo para distraerse, o para pasar el tiempo, para instruirse, para estudiar una lección de un tema determinado, para ilustrarse, para salirse de sí mismos, para disfrutar desde su más plena libertad temática o cuando leen para buscar una solución a sus problemas psico-emocionales.
Y no solo es la personalidad del lector la que se mete en el texto que está leyendo, sino la del escritor que, por más objetividad que ponga en la escritura de un texto, incluso científico, siempre se filtrará su personalidad, su concepción ideológica que, de una o de otra manera, manipulan o alteran al texto de su primigenia originalidad. Desde esta circunstancia, es normal que aparezcan, sobre todo en el lector, ciertos obstáculos, incluso prejuicios, que le impiden avanzar con la suficiente fluidez mental para comprender, interpretar y validar la calidad del texto leído.
Por eso, como señala Camila Henríquez Ureña:
Lo primero que debe hacer un lector que desea leer bien es dejar atrás esa carga de juicios preconcebidos y tratar de vencer los obstáculos que le vedan la entrada. Los primeros obstáculos que tendrá que vencer los encontrará dentro de su propia mentalidad (2009, p. 20).
Y en cada caso siempre serán diferentes, dado que cada personalidad es única, irrepetible, muy propia de cada lector.
Desde esta óptica, cada lector tiene su propia impresión de la obra leída, y varía o crece, según sea la experiencia que paulatinamente va adquiriendo en el trayecto de su vida lectora. Esto significa que cada lector adquiere una categoría de valores muy peculiar, en la medida en que se va desprendiendo de los obstáculos aludidos, como los que señala, en forma general, Henríquez Ureña:
La confusión del goce estético con la diversión, porque esa actitud mantiene al lector en un bajo nivel de placer vulgar y le impide progresar. La ignorancia que consiste en querer leer solamente cosas fáciles, sencillas, en lugar de literatura que sea compleja y exija madurez mental. Otro obstáculo es la falta de imaginación. Se busca siempre la misma clase de emoción, y toda nueva experiencia se rechaza; como los niños pequeños que desean oír innumerables veces la repetición del mismo cuento, sin variar un detalle. O el de creer que todo lo que es habitual para nosotros es perfecto, y el juzgar el pasado según las reglas del presente y toda conducta por las normas de nuestra moral (2019, pp. 20-21).
En todo caso, la infinidad de posiciones personales a la hora de leer, se da porque los textos siempre están ahí para ser leídos, y de la manera que al lector le sea posible compenetrarse en el texto, desde su condición contextual, intelectual, emocional, axiológica y metalingüísticamente, hasta lograr sentir el ritmo y el acorde vivencial que cada obra leída le brinda, tal como lo señala Abelardo Estorino, cuando recomienda que:
lo mejor es leer a los clásicos; leerlos para conocerlos y releerlos para saquearlos. Ellos ofrecen un filón de aristas que no han sido desarrolladas, y despiertan la imaginación para darles forma a un chispazo de tema y a personajes sin rostro ni sangre todavía (2009, p. 36).
3.2. La rutina de la cotidianidad lectora
Las razones por las que se actúa deben ser bien pensadas, meditadas, reflexionadas, valoradas al más alto nivel de la conciencia que cada ciudadano asume en la medida en que se compromete con la vida, con los hechos y con las acciones, que las reflexiona permanentemente, para saber cuáles son los propósitos que se traza en cada acción, de manera que demos cuenta para qué sirven nuestros actos, por simple o sencillos que sean esas actividades en el diario vivir. Estos nos dirigen para darle el sentido humano que cada acción se merece, desde la más plena subjetividad a la que tiene derecho cada ciudadano, para expresar lo que siente y para interactuar de manera productiva, creadora y desde la rutina que es la que contribuye a desenvolvernos de manera ordenada, transparente y disciplinadamente.
Y esto es lo que debe suceder con una de las acciones humanas más sentidas y apasionadamente realizables en el diario vivir: el mundo de la lectura y de la escritura, que son elementos axiológica, antropológica y hermenéuticamente asumidos desde la más viva rutina de la cotidianidad. En efecto, cada ciudadano alfabetizado debe asumir este proceso intelectual y emocional desde una rutina creadora, buscando siempre la amplitud de sentidos que cada lector y escritor construyen en la medida en que se comprometen a “descifrar la posibilidad de penetrar en el mundo del texto y dejarse penetrar por él” (Devetach, 2009, p. 59) no solo para la consecución de saberes intelectualmente asumidos, sino porque,
cada lector construye su camino a través del poder que puede ir ejerciendo sobre los textos. Quizás para los que estamos en la tarea de ‘hacer leer’ lo más importante sea tener claro que ‘hacer leer’ significa, la mayoría de las veces, ‘dejar leer’ (Devetach, p. 60).
Sin embargo, esta fiesta de la lectura, este accionar tan humano y tan rico en diversas circunstancias de vida se ve afectado cuando a la lectura y a la escritura se las asume de manera monótona, automática o mecánicamente emprendidas, como si se tratase de algo que no tiene mayor validez axiológica, sino solo para el cumplimiento de una tarea que al ser concluida, no le ha quedado a ese lector ninguna pujanza de grandeza, ni emocional, ni intelectual, ni de carácter operativo como para emprender en nuevas acciones, con la más viva reacción para realizar una actividad como producto de esa enorme emotividad que la lectura debería provocarle.
Por consiguiente, es necesario leer desde la rutina, es decir, con toda la intención y atención que esa actividad rutinaria le exige al lector apasionado, activo, atento a lo que está haciendo, es decir, leyendo. Pues,
La rutina consiste en una serie de procedimientos estandarizados con los que se lleva a cabo un proceso. Y esa repetibilidad es lo que vuelve la rutina más adecuada. (…) El trabajo rutinario es un trabajo organizado, estructurado. Lo que de hecho genera aburrimiento, tedio, es la monotonía” (Cortella, 2018, pp. 41-42).
de la cual debemos cuidarnos, porque si se lee sin prestar atención a lo que se está leyendo, no tiene ningún sentido hacerlo.
Se debe cuidar, por lo tanto, de la monotonía, y se debe abrir paso a la rutina para que no nos suceda lo que señala Mario Cortella:
Cuando leemos de forma automática llegamos al pie de página y no recordamos qué había en las líneas superiores. En la lectura rutinaria, en cambio, tomamos el material y vamos leyendo secuencialmente, intentando que fluya. Si nos distraemos, ello indica que la lectura se volvió automática (2018, p. 43).
Por lo tanto, carente de sentido. Desde la rutina el lector está atento; desde la monotonía, en cambio, se pierde el interés para leer proactiva, recreativa y apasionadamente.
3.3. La lectura es una experiencia compleja
A las letras, a las palabras, a las oraciones, a los párrafos, a la página entera se las ve con los ojos, pero eso no significa que ya se sabe leer. Se lee propiamente cuando ese grupo de palabras le llevan al lector a pensar con la razón y con el corazón, aunque haya ocasiones en las que ni siquiera con haber leído el párrafo completo y hasta una o más páginas, aún no le es posible apropiarse del texto, debido a que la lectura es un proceso largo, a veces muy complejo, no solo para comprender literalmente, sino para leer entre líneas y más allá de ellas, ante todo cuando se trata de bucear en el fondo de la concepción ideológica que el autor desparrama en el texto y más allá de él, de manera especial en los textos de corte social, artístico, cultural, religioso y humanístico.
Y el proceso de leer, se iniste, es muy complejo por la diversidad de pensamiento que cada lector tiene; incluso, tal como sostiene Enríquez Ureña, por mucho que digan los eruditos y los críticos, o que un mediador solvente nos quiera explicar lo que el texto representa, pues no pueden dar con facilidad la impresión de una obra, sencillamente porque es una experiencia que ha de ganarse personalmente, a través de la lectura (2009, p. 24), palmo a palmo, página tras página.
Pues, conforme el lector avanza en el recorrido del texto, debe aflorar su calidad humana para experimentar cognitivamente las concepciones más sentidas emocional y espiritualmente, hasta llegar a adquirir una categoría de valores, y no exactamente el momento que está leyendo o inmediatamente después de haber leído, sino dentro de una poslectura que lo tiene meditando por días, por semanas, por meses, por años y a veces para siempre, según sea el impacto que haya logrado experimentar de esa lectura.
Es necesario que el lector principiante o poco lector, contribuya con su esfuerzo personal, y, hasta a veces, con la ayuda de alguien, para que vaya experimentando sus propias experiencias lectoras, así sean poco productivas, y hasta dolorosas o de rechazo, al inicio. Pues, leer es como una experiencia de viaje, en donde cada cual recibe una serie de experiencias que le son muy personales. Así lo confirma Abelardo Estorino en sus experiencias lectoras sobre la literatura cuando señala que:
Leer es viajar, se conocen mundos diferentes, personajes en los que encuentras parecidos con un amigo o tienen rasgos y conflictos de los que te has sentido avergonzado alguna vez. Una buena novela nos hace vivir muchas vidas sin necesidad de vivir muchos años y para un escritor sirve como modelo para asumir estructuras, tiempos narrativos y estudiar la riqueza de ciertos conflictos (2009, p. 36).
Así, paulatinamente, lo que se lee puede penetrar muy hondo, y lo percibe cuando con naturalidad y entusiasmo sostiene su criterio personal frente a lo leído. En otros casos pueda que el impacto no sea mayor, pero no importa; habrá textos que a un lector quizá nunca le representen nada o casi muy poco y hasta pueda que sienta perder el tiempo con ese tipo de texto que no le caló para nada, ni en su razonar ni en su emocionar.
En otros casos, ese mismo lector logrará experiencias altamente significativas frente a un texto. Así lo confiesa el escritor ruso Máximo Gorki, en su experiencia de lector, apenas a los 14 años de edad; pues, sin importarle los contenidos en sí, comenzó:
A observar la belleza de las descripciones, a reflexionar en el carácter de los personajes, a adivinar vagamente los fines perseguidos por el autor, constatando, no sin inquietud, la diferencia entre las afirmaciones de los libros y las sugerencias que infería de la realidad (2009, p. 46).
Pues, aquí empieza ya propiamente su experiencia de lector, no porque ve las palabras sino porque las siente.
3.4. La lectura moviliza al pensamiento y a la inteligencia
En consecuencia, no se lee para acumular información sino, fundamentalmente, para favorecer el desarrollo del pensamiento, aunque para que aquello suceda, toda lectura debe ser profunda, debidamente sentida, analizada, recreada, dialogada y, ante todo, libremente elegida para que cause el mayor esplendor, la máxima luminosidad desde la reflexión que cada página le provoca a ese buen lector que tiene la enorme ventaja de poner en juego varios tipos de inteligencia: intelectual, emocional, intersubjetiva y lingüística, las cuales, en el momento de la lectura y en toda la trayectoria humana de ese lector, llegan a conforman un gran frente de unidad axiológica, puesto que lo que sucede en el cerebro de ese lector es de que trabaje en red, es decir, en unicidad de principios para analizar la vida, su vida, sus quehaceres cotidianos desde una nueva visión personal para actuar humanísticamente y, si fuere del caso, científicamente, en el descubrimiento de nuevas formas para enfrentar la vida en el meollo de las circunstancias socio-comunitarias en las que se desenvuelve ese ciudadano que sabe que, desde la lectura, sí es posible darle un nuevo giro de grandeza a su vida.
La oportunidad de leer a profundidad y con ese aliciente de saber que lo que más se enriquece leyendo es el potencial de nuestra cultura humanística, sirve para evitar que nos asalte la ignorancia, la arrogancia y otros antivalores que, a la larga, llegan a estropear fuertemente el desarrollo de nuestra vida personal y, lo que es más, a vivir excluidos de las ventajas que tiene la sociedad contemporánea para vivir moderadamente bien y acoplado al desarrollo de los descubrimientos humanísticos, científicos y tecnológicos.
Pues, si nos alejamos de la lectura puede suceder lo que señalan Manes y Niro:
La ignorancia y el error son nuestros peores enemigos, porque nos llevan a la miseria, el sufrimiento y la enfermedad, mientras que los descubrimientos científicos han hecho y harán que la vida sea cada vez más larga, más sana y más agradable, liberando al hombre de la esclavitud y del trabajo pesado (2018, p. 35).
En cambio, cuanto más esfuerzo ponemos en el empeño de formarnos desde la lectura debidamente asumida, y aunque con enorme sacrificio en un principio hasta que el hábito y la rutina lectores se encarnen en nuestra condición humana y cotidiana, existe la ventaja de alejar a la ignorancia y de ganar en el desarrollo de las inteligencias que cada lector, desde sus particulares condiciones de vida, tiene la posibilidad de potenciarlas al máximo nivel, puesto que “ser inteligente es tener flexibilidad para mirar un problema y ver ahí una posibilidad nueva, una salida antes no pensada para enfrentarlo” (Manes y Niro, 2018, p. 36).
Por eso es que, frente a tantas ventajas que nos proporciona la lectura, el que está implicado para siempre sabe lo que significa. He aquí el testimonio del escritor Máximo Gorki:
Amen el libro, fuente de saber, que es nuestra única salvación, que solo puede hacernos poderosos espiritualmente, honestos, razonables, aptos para amar a nuestros semejantes, para respetar el trabajo ajeno y contemplar, llenos de admiración, los frutos maravillosos del gran trabajo incesante efectuado por la humanidad (2009, p. 50).
Y, por supuesto, para el lector infrecuente o para el que lee por obligación, pueda que no le signifique nada el señalamiento que Gorki plantea, mientras no asuma el papel de auténtico lector.
En efecto, leamos para movilizar al pensamiento y a la inteligencia, porque ella, la inteligencia, como sostienen los especialistas en neurociencia, “incluye habilidades en el campo de lo emocional, de las motivaciones, de la capacidad para relacionarnos con otras personas en situaciones complejas y diversas” (Manes y Niro, 2018, p. 36), de manera que el potencial de nuestro pensamiento humanístico se robustezca cada vez más mientras aprendamos a leer apasionada y concienzudamente; pues, esta es la base para, luego, enfrentarnos con la suficiente idoneidad en el campo de la redacción o de la escritura, en cualesquiera de los discursos o tipologías textuales en donde nos sea posible escribir hermenéutica, humanística, estética, científica y/o socio-culturalmente.
3.5. El texto y la lectura como fuente de conocimiento espiritual
En conclusión, así como la palabra, en sus múltiples variantes idiomáticas, es parte de la naturaleza del ser humano; por extensión, la lectura, a través de un texto, debe ser consustancial, tal como en las sociedades tradicionales:
Quienes manejan los precarios mecanismos de producción cultural son aquellos que están en directa comunión con las fuentes del conocimiento: los que, en una palabra, se encargan de los asuntos del espíritu. El dominio de la cultura, luego, no es otra cosa que el dominio del espíritu (Laje, 2022, pp.54-55).
Es decir, de la importancia micropolítica de la cultura que ha creado esa sociedad con la finura que el espíritu humano es capaz de desarrollar individualmente desde una adecuada motivación, considerada como una puerta que solo se abre desde dentro de cada lector, para saborear la profundidad de la palabra encarnada.
En esencia, esa calidad espiritual que una cultura logra crear para entrar en comunión con las fuentes del conocimiento autoral -tanto del que crea el texto, cuanto del que lo lee-, se enmarca en ese poder de decisión, de voluntad, de libertad y de ese prurito especial que, cognitiva y metalingüísticamente, la inteligencia intelectual y espiritual desarrollan desde la más alta emotividad personal, dado que “no solo capacita para vivir experiencias cumbres como la vivencia religiosa, estética y ética, sino que es útil para la vida práctica, para manejarse en los problemas cotidianos, afectivos y laborales” (Torralba, 2010, p. 48), en virtud de que, cuando el escritor y el lector lograron compenetrarse de esa sustancia espiritual, los vuelve:
Más abiertos y permeables, capaces de conectar con el fondo de los otros. (…) [Puesto que, los] capacita para el pensamiento existencial y crítico, faculta para contemplar críticamente la naturaleza de la existencia, la realidad, el universo, el espacio, el tiempo (Torralba, p. 49).
Por lo tanto, un ente motivado gracias al desarrollo micropolítico de su componente espiritual, hace que el conocimiento labrado desde la palabra escrita, ya sea científica, humanística y, en especial, literaria y/o filosófico-cultural, se convierta en una pieza artística, dado el componente estético-lingüístico e, incluso, pedagógico que logra despertar en el lector, dada la sobriedad que esa palabra engendra en el estatus espiritual para suscitar asombro, relajamiento y otros componentes muy propios que le son inherentes en cada lector y que, son los que lo llevan a la reflexión y a la experiencia crítica de esa cultura en la cual conviven el escritor y el lector.
En este orden, ese componente espiritual que ha hecho posible el acercamiento al texto para, en efecto, aprender a valorarlo y, por ende, a disfrutarlo desde un estado de relajación, el cual llega a crear un contexto narrativo, es decir, una tonalidad o estilo personal que, como producto de su trayectoria bio-psico-socio-cultural, “acumula toda una riqueza en experiencia y sabiduría, donde los vivos encuentran indicaciones sobre lo que deben hacer” (Han, 2023, p. 18), cómo hacerlo y para qué hacerlo en medio de una sociedad que ya no es narrable, sino informático-virtualizada.
De ahí que, ese estado espiritual, que no es otro que ese gran silencio que necesita nuestro estado mental para dejarse impactar por la otredad de la palabra que consta en un texto escrito e “impreso en papel, respetuoso de la ortografía, la puntuación y la sintaxis, escrito en ocasiones con una evidente pasión literaria, a mí me cuesta trabajo deshacerme de ellos” (Berardinelli, 2016, p. 85). Por eso, como testimonia Irene Vallejo:
A los lectores de hoy, la biblioteca de Babel nos fascina como alegoría profética del mundo virtual, de la desmesura de internet, de esa gigantesca red de informaciones y textos, filtrada por los algoritmos de los buscadores, donde nos extraviamos como fantasmas en un laberinto (2021, p. 43).
De información apabullante y, por ende, desvinculante de ese estado espiritual tan óptimo para seguir viviendo con asombro.
3.6. El lenguaje y la palabra en sus múltiples dimensiones lectoras
Así como se trabaja para vivir y contribuir al desarrollo armónico de la familia y de la sociedad, así también se lee para vivir; se trata de un alimento altamente nutricional y profundamente intelectual y emotivo-espiritual que surge de la palabra altamente vitaminizada y que consta en la escritura de un texto, desde cuya alteridad no se puede eludir el factor biográfico que respira el texto, ni el factor biográfico que incide en el lector, y desde cuya vertiente histórico-socio-educativo-cultural es capaz de adentrarse en esa filosofía de vida textual, bien desde la ciencia, desde las artes, desde el humanismo, desde la cultura, o desde la literatura, dependiendo de sus afinidades para leer, y en cuya interioridad textual, el lector puede asumir:
Una ‘forma’ de habitar el mundo que ‘estructura’ la existencia, las historias de nuestra vida, desde el principio hasta el final, desde el nacimiento hasta la muerte. (…) [O también llegar a sentir] que leer es arriesgarse, (…) atreverse a vivir una vida vulnerable, una vida que deja el cuerpo herido, lleno de cicatrices que nunca van a desaparecer del todo (Mélich, 2020, pp. 18 y 15).
Pues, las variaciones tonales, o el hecho de descubrir una narratividad específica para leer dependen de muchos factores personales. No es lo mismo leer para cumplir una tarea educativa, o leer para aportar al desarrollo científico, técnico e investigativo de un tema, o leer para fortalecer mis conocimientos dentro del quehacer profesional u ocupacional, o leer libre y voluntariamente, con la más viva pasión, porque la curiosidad, el deseo de aprender, de descubrir mundos ignotos y de hacer que nuestra condición humana se sienta relajada y con un enorme placer cognitivo y metalingüístico para saborear el texto, porque la inclinación profundamente amorosa con el lenguaje y la palabra en sus múltiples dimensiones, nos encaminan a disfrutar y a prepararnos para enfrentar la realidad cotidiana desde la mejor vertiente del pensamiento, dado que el amor como pasión y como goce o deleite, nos permiten un conjunto de reflexiones, como la de llegar a pensar, por ejemplo, que:
Como institución el autor está muerto: su persona civil, pasional, biográfica, ha desaparecido; desposeída, ya no ejerce sobre su obra la formidable paternidad cuyo relato se encargaban de establecer y renovar tanto la historia literaria como la enseñanza y la opinión (Barthes, 2015, p. 41).
O también, la de llegar a asumir una postura controvertible, como la que señala Joaquín Rodríguez:
La idea de que leer y escribir pueden ayudarnos a comprender lo que sucede, a transformar por consiguiente nuestra percepción de las cosas y a contribuir a que seamos capaces de concebir y forjar realidades alternativas, tiene un indiscutible componente utópico, una energía inductora del cambio que se revela contra lo aparentemente irremovible, contra lo supuestamente inalterable (2023, pp. 18-19).
O aquella sabrosa opinión del papa Francisco, cuando discierne sobre fe y cultura, y en uno de sus acápites señala con enorme preocupación que:
¿Cómo podemos penetrar en el corazón de las culturas, las antiguas y las nuevas, si ignoramos, desechamos y/o silenciamos sus símbolos, mensajes, creaciones y narraciones con los que plasmaron y quisieron revelar y evocar sus más bellas hazañas y los ideales más bellos, así como también sus actos violentos, miedos y pasiones más profundos? ¿Cómo hablar al corazón de los hombres si ignoramos, relegamos o no valoramos ‘esas palabras’ con las que quisieron manifestar y, por qué no, revelar el drama de su propio vivir y sentir a través de novelas y poemas? (2024, p. 03).
Se alude a la antropología e idiosincrasia de cada cultura, que bien se la puede conocer y valorar desde el arte de la palabra literaria, ante todo, cuando esta penetra metafóricamente en el corazón humano desde la más viva expresividad de lo que implica la palabra como cohesión de una comunidad.
3.7. Las maneras humanas de ser-en-el-mundo leyendo
Los libros son la mejor expresión viviente del amor y la pasión puestos en quien los escribe y en quien los lee, con el fervor y el deleite que le son característicos, porque, consciente o inconscientemente, engrandecen el potencial de nuestra inteligencia cognitiva, lingüística, cultural y estético-ecológico-ética; y todo porque, la palabra escrita contiene el germen de la vida y de la inmortalidad que, desde el ritual que cada lector activa mentalmente, ese lenguaje se vuelve exquisito, saludable y se convierte en un símbolo de poder para actuar ante la otredad, por medio del pensamiento filosófico, reflexivo, analítico, dialógico, interrogativo, rebelde, cuestionador, contemplativo, trascendente y crítico, entre otras reacciones lectoras.
Desde la lectura sentida, envolvente, atrayente, el mundo se hace más real, más dinámico, puesto que hay una mirada antropológica, cívica, ciudadana, ágil, de asombro y poderosamente subjetiva para analizar el mundo objetivo e inmaterial, desde una práctica humanística, pedagógica, formativo-estética y viviente, puesto que lo impulsa al lector a descubrir lo inhumano que hay tras ese aparente humanismo que determinados grupos, apropiándose de un poder oficial, proclaman su palabra para engañar y estafar a quien vive marginado por la sociedad y por la misma educación, que a nombre de impartir conocimiento, este se queda estancado raquíticamente en la memoria mecánica y atrabiliaria de un alumno que solo aprende para cumplir con una evaluación que castiga y que casi nada educa.
Por eso, qué importante que es preparar la mente para que el lector aprenda a concentrarse en ese grupo de palabras, de lenguaje que aparece en la página o en la pantalla, de manera que pueda activarse el proceso de atención que está ubicado en la corteza cingular anterior del cerebro. Cuando el lector logra ser atrapado por lo que lee, o cuando escucha a sus padres, a su docente o a una amistad muy sentida, se activa la razón y la emoción, lo consciente y lo inconsciente; pues, la zona consciente del cerebro, como señala la psiquiatra Marian Rojas Estapé:
Se activa para ayudarnos a darnos cuenta de que estamos distraídos y queremos redirigir la mente a lo que estábamos realizando. Nos ayuda a salir de pensamientos rumiativos y obsesivos. Es una zona muy importante para alejarnos de la rigidez y de las preocupaciones que nos aturden (2024, p. 22).
De manera que, solo así, pueda contraer la mejor atención cerebral.
Por lo tanto, lo interesante de leer es que, si se logra poner toda la atención posible, es factible comprender y, al comprender, el pensamiento se vuelve ágil y, por ende, dispondremos de procesos de inferencia y, conforme avance en la atención puesta en un tema de lectura determinado, se está listo para utilizar esa información y ese conocimiento con gracia, con sabiduría y con la predisposición para filosofarla, puesto que, el lector tratará de reflexionar:
intentando presentar esta relación en acción: trazar, señalar y documentar las aspiraciones compartidas, las inspiraciones mutuas e intercambiar sobre estos dos tipos de miradas hacia la condición humana… maneras humanas de ser-en-el-mundo, con sus penas y alegrías, potenciales humanos desplegados o bien ignorados, incluso malgastados, perspectivas y esperanzas, expectativas y frustraciones (Bauman et al., 2019, pp. 12-13).
O cualquier otra mirada que, con la atención bien puesta en lo leído, es posible localizar:
El espíritu de una idea que va más allá de lo que podemos imaginar, [como si se tratase de un batir de alas que] me conmueve cada vez que doy un paso esencial en el pensamiento y me aventuro en lo intransitado. Sin el batir de alas, sin las alas del eros, el pensamiento no es posible. Quien piensa necesita despegar con las alas del eros hacia lo intransitado, hacia lo que aún no ha nacido o hacia lo venidero; en definitiva, hacia lo nuevo (Han, 2024, p. 20).
Lo que implica leer con la esperanza de humanizarnos.
3.8. La atención como capacidad dialógica para entrar en contacto con el lenguaje y la escritura
Entrar en diálogo con la cultura de nuestro tiempo para valorar el pasado y proyectarse para el futuro en una sociedad globalizada y virtualizada como la que hoy se vuelve urgente, imprescindible, necesario, para que la belleza y la frescura del pensamiento metalingüístico y estético-cognitivo pueda viabilizarse desde la comunicabilidad que cada ciudadano, desde la familia y desde la educación pueda verterlo desde la mejor expresión de su alteridad para con el otro, para con ese prójimo que desea culturalmente prepararse en la rama de su disciplina científica y/o humanística, o en el ámbito artístico-literario-ficcional del cual vive pendiente.
Así, si cada ser humano es capaz de reflexionar desde la voz de su conciencia, es decir, desde ese ámbito interior que espiritualmente todos respiramos para expresar en diversos actos micropolíticos lo que el cerebro piensa desde la red neuronal que le es inherente, aparece un espacio para divagar, e incluso para soñar despierto; pues, esa divagación mental cuando es dirigida desde un correcto accionar estético-ético situacional nos lleva a indagar la vida en lo más selecto de nuestro accionar humano; pues, aquí aparece una especie de energía, de sinergia, de voluntad y, ante todo, una atención genuina que el cerebro la piensa y la repiensa, de una manera muy relajada o con una enorme preocupación, pero siempre en atención a algo que le es consustancial a la persona que ese día emprenderá en diversas acciones micropolíticas.
Desde luego, “la atención es la base de los procesos cognitivos y se encarga de seleccionar, identificar, procesar y priorizar lo que es relevante para la actividad que se inicia” (Rojas,M., 2024, p. 15), en ese diálogo con la cultura y desde la formación que cada uno porta para expresar su propia naturaleza humana, siempre ante un alguien que está listo para interactuar, desde su experiencia más vital y empezando, como señala Ernst Cassirer (2021, p.12), “por el lenguaje y la escritura, condiciones primordiales de todo comercio humano y de toda humana comunidad”.
Así, por ejemplo, si el proceso se centra en la literatura; “ella se inspira en la cotidianidad de la vida, en sus pasiones y en sus propias experiencias, como la acción, el trabajo, el amor, la muerte y todas las pequeñas grandes cosas que llenan la vida” (Papa Francisco, 2024, p. 3) en ese lector que, concentrado y con la mejor atención de su intelecto disfruta de esa escritura, de ese lenguaje que activa su interés; pues, aquí, o en cualquier otro espacio micropolítico:
La atención está muy relacionada con la capacidad que tenemos de asombrarnos, de que algo nos cautive, nos seduzca, nos fascine. (…). [Incluso, puede llegarse a estados de flujo] de atención elevados [como] la meditación, la conexión con grandes verdades -de la cultura, de la ética, de la razón, de la emoción y de la trascendencia- y de la empatía (Rojas, M., 2024, pp. 15-16).
Con las grandes realidades de la vida que, por una u otra razón, nos fascinan, como el de “la fuerza primigenia de la fe de la que el hombre solo puede beneficiarse mediante un acto de gracia directo, mediante la illuminatio divina, [que] se encarga, al mismo tiempo, de marcar al hombre el contenido y el enlace del saber” (Cassirer, 2021, p. 17) humano y divino.
4.
Conclusiones
El proceso mediante el cual el lector orienta su formación personal hacia las páginas de los textos que lee puede ser interpretado como un acto de interacción profunda entre el individuo y las obras con temas humanísticos, sociales, culturales. Este proceso no solo involucra la recepción de información, sino que también está marcado por un ajuste personal y vivencial, donde la creatividad y la imaginación del lector juegan un papel central en la construcción de significados. Al sumergirse en un texto, el lector no es un receptor pasivo, sino que activa una serie de procesos cognitivos y emocionales que están íntimamente ligados a su propia experiencia vital. Estos procesos están moldeados por su entorno axiológico, es decir, por sus valores y creencias, que influyen en la interpretación de los sentidos implícitos y explícitos en el texto.
Por otro lado, la comprensión y reflexión sobre lo leído no solo dependen de la capacidad lingüística del lector, sino también de su disposición a conectar los elementos del texto con su rutina cotidiana, estableciendo una relación simbiótica que transforma tanto al sujeto lector como al propio texto. De este modo, el acto de leer se convierte en un espacio de enriquecimiento mutuo, donde lo personal, lo cultural y lo cognitivo se entrelazan para generar una experiencia única y transformadora.
Este diálogo con la cultura desde la atención más sentida y desde el enlace del saber en las disciplinas que sean del agrado de cada lector son imprescindibles y urgentes en esta era informático-virtualizada, en la que la compañía de un libro y la alteridad con la otredad:
Nos reivindica la fortaleza, la determinación del ser ante la vastedad, la belleza, el misterio y riesgo de la vida. De pie en la cima, vemos picos más altos: no somos amos de la naturaleza ni tampoco súbditos. La soledad fortalece, la contemplación conecta. Finitos, experimentamos lo infinito. Eternos, abrazamos la naturaleza fugaz de la experiencia humana (Borja, 2024, p. 11).
Lo cual nos enseña a vivir pensando y divagando para actuar con la inteligencia y con el corazón de la cultura.
Referencias
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