Resumen
La presente investigación cualitativa explora y analiza la novela El ladrón de levita, de Jorge Velasco Mackenzie, desde una perspectiva humanística y filosófica, asistida por un rastreo documental, teórico y crítico, que sustenta la labor hermenéutica planteada. A partir de ello, formula la construcción del sujeto infractor y su elección por la ética del mal, debido a condiciones biográficas y a su exposición a prácticas reñidas con el bien, es decir, a su inmersión irreversible dentro de entornos violentos. Este proceso de construcción es detallado usando la misma expresión del personaje, “trinidad del mal” que, a manera de un tríptico, aborda los siguientes paneles temáticos: la elección por el mal, la materialización del mal en otra trinidad y la delimitación de los bordes entre el mal y lo ani-mal. El bestialismo, como tema complementario de esta novela plantea el desafío de explorar más detenidamente la tradición narrativa del Ecuador, con el propósito de mirar el comportamiento de este motivo y sus formas de representación y significados.
Abstract
This qualitative research explores and analyzes the novel El ladrón de levita by Jorge Velasco Mackenzie from a humanistic and philosophical perspective, supported by documentary, theoretical, and critical research that supports the proposed hermeneutic work From this, he formulates the construction of the offending subject and its choice of the ethics of evil due to biographical conditions and its exposure to practices contrary to the good, that is, its irreversible immersion in violent environments. This process of construction is through the same carácter expression, “trinity of evil,” which, as a triptych, addresses the following thematic panels: the choice of evil, the materialization of evil in another trinity, and the delimitation of the boundaries between evil and the ani-evil. Bestialism, as a complementary theme of this novel, poses the challenge of exploring more closely the Ecuadorian narrative tradition in order to study the behavior of this motif and its forms of representation and meanings.
Palabras clave
El ladrón de levita, Jorge Velasco Mackenzie, narrativa ecuatoriana, ética del mal, criminal, bestialismo.
Keywords
El ladrón de levita, Jorge Velasco Mackenzie, ecuadorian narrative, ethics of evil, criminal, bestiality.
Artículo recibido:11-sep-24. Artículo aceptado: 8-dic-24.
DOI: https://doi.org/10.33324/uv.vi85.872 Páginas: 130-145
1.
Introducción
La lectura y el hallazgo
El ladrón de levita, novela de Jorge Velasco Mackenzie (1989), retrata la formación del sujeto infractor, a través de un largo monólogo de su protagonista, Enrique Mora Martínez, quien, desde la retrospección y a propósito de la inmovilidad de su cuerpo agonizante, recuerda las escenas que definieron su existencia y su destino desafortunados. La contingencia de los hechos pone en exposición una continuidad violenta que, en buena medida, representa una realidad también violenta. En ese estado de cosas, la literatura responde a esa interrogante sobre ciertas existencias estridentes como las de Mora Martínez, en tanto la palabra traduce una sensibilidad y ajusta un modelo de vida que se rebela contra la norma y contra sus componentes moral y ético. En particular, este trabajo plantea que el sujeto infractor experimenta un aprendizaje del mal, a propósito de su relación problemática con su entorno, que se materializa en el cometimiento de delitos (robo y asesinato, de un hombre, un niño, una mujer desconocida y de su propia madre), y que se traduce en su desvío con respecto a lo normado (la homosexualidad y la zoofilia). Dicho aprendizaje, además, se metaforiza en la levita, investidura criminal que empata con la maldición que, afirma Mora Martínez, lo condenó al infortunio, desde su nacimiento.
Notas preliminares
- El relato con arraigo biográfico es una apuesta por capturar la existencia individual de un sujeto que es y se construye cotidianamente en el juego “soy, pero dejo de ser, para ser”. En estricto, El ladrón de levita, propone, desde la literatura, la particular existencia de su protagonista, contaminada con el mal, y luego y, por tanto, enfrentada a su devastación.
- La traducción del distanciamiento del bien en desvío con respecto a lo normado (la ley y la sexualidad), es decir, en delito, homosexualidad y zoofilia, es un motivo a observarse en esta novela, que puede conducir a reestructurar la tradición novelística del Ecuador. Archbold1 (2019) afirma que son pocos los estudios y también lo son los relatos latinoamericanos que exploran las prácticas zoófilas, cuya función tiende a afianzar la noción de virilidad machista.
Apuntes sobre el autor
Jorge Velasco Mackenzie (Guayaquil, 1949 - 2021) fue el único autor que, de los del Vectorial702, asumió el lenguaje como un mecanismo de expresión de la marginalidad y la devaluación de sus personajes, quienes, las más de las veces a través de su propia voz, acercan sus historias, sin filtros, mediante la recordación o el testimonio, y representan su realidad, justamente, cuando el narrador omnisciente, con el uso de su licencia para contar, renuncia a su función en favor de aquellos. El autor prefirió la crudeza para decir, evadió burocracias retóricas y metáforas sustitutivas y auxiliares alusivas a la forma y al efecto de lo dicho. Apostó por un tono impetuoso, que esclareciera su afán de desarticular convenciones sociales –en la medida en que mostrara aquello que podría incomodar las buenas costumbres o las reglas de convivencia que dictan la religión y la sociabilidad–, y privilegió el tratamiento de un erotismo tan intenso como burdo e incómodo.
1 El autor propone, en su artículo, un acercamiento a las obras de Gabriel García Márquez, Jaime Manrique, Ramón Molinares y Raúl Gómez Jattin, desde los estudios de varones y masculinidades, para detectar las resonancias de dicha virilidad, y presenta la revisión de aspectos que han sido ignorados por la crítica especializada.
2 Junto a los narradores ecuatorianos Raúl Pérez Torres, Violeta Luna, Marco Antonio Rodríguez, Francisco Proaño Arandi, Abdón Ubidia y Eliécer Cárdenas conforman el Vectorial70 (Correa, 2023), grupo de narradores que descollaron en la década de los setenta como cuentistas, y cuya estética se instala en la tensión entre el corsé y la fuga de los cuerpos/personajes, que enfrentan estos tres motivos fundamentales: la fluctuación del habitus dentro del ecosistema social, la emergencia de lo femenino en el escenario patriarcal y la operatividad del poder, a través de la violencia, la represión y la desechabilidad de los cuerpos.
Sus personajes se replican en sus cuentos, y también, en al menos una de sus novelas, (El rincón de los justos). Obsesivamente, juguetea con los nombres r-o-s-a y a-l-b-a, y los permuta en varias de sus historias para denominar a los personajes femeninos. Lo mismo sucede con el motivo del suicidio de aquellas y con la confección de personajes escritores (de literatura), esta última muestra una propensión a repensar las fronteras entre realidad y ficción en el artefacto narrativo. Privilegia el emplazamiento de escenografías costeras, ciudades rodeadas de mangles y esteros, con poblaciones de ciudadanos callejeros y ambulantes, alcohólicos, prostitutas, individuos desempleados y la figura del migrante viajero, que cuenta sobre sí mismo desde el otro lugar, que mantiene presente una deuda con su tiempo y su espacio, y que lo preserva, a pesar de su desplazamiento y de la imposibilidad de volver.
Lecturas previas / una propuesta en firme
Leer un texto es desafiarse a esclarecer la materialidad de su contenido; es mirarlo a contraluz para detectar sus claves y sus posibles sentidos. En particular, la presente lectura de El ladrón de levita (1989) plantea pensar en la existencia del protagonista, desde su experiencia práctica y espiritual con el mal, la cual es recuperada en una suerte de autobiografía, a manera de recordación, durante el instante de su agonía. Lo anterior supone leer la tradición narrativa ecuatoriana desde otras perspectivas críticas especializadas y desde la interdisciplinariedad, con el propósito de descubrir sentidos alternativos y reivindicar otros valores que no han podido ser identificados a través de lecturas tradicionales y poco arriesgadas. La conversión o configuración planteada dialoga, en cierto sentido, con la del bandido Naún Briones, protagonista de Polvo y ceniza, de Eliécer Cárdenas (1979); aunque Velasco Mackenzie, a diferencia de Cárdenas, apostó por el monólogo del protagonista, Enrique Mora Martínez, con un discurso lúcido, pese al trance de su agonía y a la siniestra recuperación de sus recuerdos.
En las páginas finales de la edición del año 2008 de esta novela, se encuentra un brevísimo comentario de Hernán Rodríguez Castelo (2008), que es un reclamo menos sutil que injusto puesto que deprime los reales méritos del relato. Sobre lo experimental, advierte: “la novedad en sí es poco nueva” (p. 107); sobre el monólogo, señala: “es un intento logrado solo a medias” (p. 107) por situar el texto en esa frontera entre la vida y la muerte. Sobre el narrador, comenta: aquel sucumbe ante la brillantez de ciertas escenas, porque intimidado por su marginalidad solo menciona lo tremendo. Sobre el protagonista, reconoce su marginalidad, pero le recrimina al autor su inconsistencia, provocada por la falta de un estudio psicológico y psicoanalítico del personaje. Además, denuncia que la economía de la narración posee problemas y sucumbe ante la fascinación del realismo maravilloso. Sin embargo, cabe anotar que, al mismo tiempo, halaga la madurez del oficio de Velasco Mackenzie, algunas escenas tales como la relación sexual entre Lavinia y Chavico, personaje al que el crítico distingue como “el negro de enorme falo” (p. 108), su retórica simple y eficaz y otras estrategias oportunas para mantener ciertas intensidades en el relato.
Ahora bien, el propio Velasco Mackenzie reconoció en una entrevista en la Revista Kipus (Vallejo, 2009) que su personaje, a diferencia de los de sus otras novelas, no era un escritor sino un cronista. Marcelo Báez Meza, después de la muerte del autor, propuso la actualidad de esta novela y resaltó sus influencias intertextuales. Comentó que este relato “se adelanta[ba] a toda una literatura queer con descripciones de miembros, encuentros corporales homoeróticos, más un entendimiento cabal de ´ese amor que no se atreve a decir su nombre`, como decía Óscar Wilde” (Báez Meza, 2021). Asimismo, afirmó como méritos su trabajo sobre la marginalidad y el diálogo con algunas claves del catolicismo.
Esta lectura atenta a la conversión del sujeto en aprendiz del mal atravesó la comprensión del desplazamiento desde el orden al caos y desde lo humano a lo animal/bestial. Luego, el asunto del mal y su elección fue examinado a la luz de la lógica kantiana, como distanciamiento del bien, como una cuestión en la que persiste una compleja polisemia y una dualidad (el mal que se hace y el mal que se padece, por ejemplo), que se corresponde con la voluntad de hacer y no con los actos que proceden de aquella voluntad. En esa línea, Kant postula “la autonomía de la moral (…) [y] piensa al ser humano como agente moral plenamente responsable” (López, 2014, p. 61). Precisamente, revisar la asociación voluntad y acto, inmersas en esta novela, permitió identificar su carácter primario o de origen y su procedencia directa (la de la voluntad, autónoma), asida a un contexto y a las hostiles y desafortunadas condiciones de vida de su protagonista.
La sexualidad, como categoría de análisis, fue abordada desde la perspectiva foucaultiana, que alude a las relaciones entre los sujetos, sin embargo, atravesada por una línea regulatoria –el régimen de la sexualidad– que define su identidad y la gestión del placer, cuya traducción esclarece un poder de control, disciplinamiento y represión sobre los cuerpos y una taxonomía arraigada a las ideas de normalidad y disidencia (Foucault, 2007).
De otro lado, la tercera arista del mal que contamina al personaje, es decir, la noción de bestialidad que, a su vez, significa una intervención violenta en la especie animal, se examinó a la luz de la propuesta batailleana, que esclarece la infracción a la regla, la transgresión a las prohibiciones de las actividades humanas y, por tanto, la promoción de un acercamiento a la naturaleza a la que pertenece (Bataille, 1997). De allí que, “la actividad a la cual se opone una prohibición [sea] semejante a la de los animales” (p. 99). Por tanto, este devenir de lo humano (en tanto conjunción cuerpo y alma) en animal significa un devenir de sus asuntos, en naturales, e incluso, la anulación de su lenguaje (Agamben, 2004). Por lo demás, el discurso de los ámbitos de la psicología y la sociología complementó la presente investigación a través de la identificación de prácticas delictivas y patrones de comportamiento de los sujetos infractores.
2.
Métodología
Este estudio sigue el modelo de investigación cualitativo, que enfoca los problemas y la búsqueda de respuestas desde la perspectiva del investigador (actor), para comprender aquello que se encuentra atrás del objeto investigado –en este caso, la significación simbólica de la novela El ladrón de levita–; además, produce datos descriptivos para ser observados desde una perspectiva humanista y múltiple, en tanto no se trata de una mera especulación sino de un acto sensible que intenta comprender los procesos subjetivos, anclados al objeto estudiado (Quecedo y Castaño, 2002). Aunque, en principio, la perspectiva cualitativa en la investigación social sugiere asumir la perspectiva del sujeto estudiado (Salazar-Escorcia, 2020), la examinación de una obra literaria demanda, de un lado, determinar una perspectiva de lectura e interpretación, usando el instrumental teórico que permita esclarecer cuáles son los posibles sentidos del texto y sus elementos, y, de otro, dialogar con hallazgos críticos precedentes, si acaso resultara pertinente.
De allí que esta investigación, a través de la exploración y el análisis, se pregunte por las relaciones entre el sujeto personaje y el mal y sobre la metodología que facilitó su aprendizaje. La lectura propuesta se basó en el rastreo documental, que incluyó libros y artículos publicados en revistas especializadas, que examinaran los siguientes asuntos: el mal, el asesinato, la sexualidad y la bestialidad, cuya definición consta en el componente anterior. Dicho rastreo documental permitió reflexionar sobre estos tres motivos: la elección por el mal; la materialización del mal en otra trinidad; y, la delimitación de los bordes entre el mal y lo ani-mal, cuyos análisis permitieron proponer hallazgos fundamentales en estos tres ámbitos, que asumen las mismas denominaciones y que permiten comprender la confección de la subjetividad del protagonista, a partir de una intención interpretativa anclada en la hermenéutica de los símbolos de Ricoeur, que es en sí, un entendimiento ontológico asociado a las nociones de libertad, voluntad y acciones humanas, que no son ajenas a reflexiones éticas ni a ciertos tópicos de la filosofía política (Bertucci, 2023). Por tanto, la tarea interpretativa tuvo como núcleo de análisis el asunto del mal, entendido como un aprendizaje capaz de modelar al sujeto y de evidenciar su transformación en el desplazamiento desde el orden al caos y desde lo humano a lo animal/bestial.
Asimismo, esta investigación es de tipo inductivo, pues determina las características genéricas del objeto de estudio y con ellas elabora una propuesta que participa de operaciones comparativas con otras situaciones de la realidad, que le permiten definir repeticiones, analogías o contrastes, es decir, elementos comunes que conducen a fundamentar la hipótesis planteada. Finalmente, se confirma el alcance descriptivo de esta investigación, en tanto identifica, con detalle, los componentes relacionados con la hipótesis planteada sobre el aprendizaje del mal y la transformación de los sujetos. De este modo fue posible establecer las principales características del objeto de estudio, el personaje y su transformación. En la medida en que esta definición se fue resolviendo, la investigación adquirió un alcance explicativo, que estableció las relaciones causales de esa transformación, y permitió su comprensión y análisis.
3.
Resultados
La historia plantea un doble viaje, espiritual y físico hacia la muerte, a través del monólogo silencioso de su protagonista, que interactúa con sus recuerdos y con el mundo circundante, desde su conciencia de infractor y presidiario, condición asociada con el rechazo de su madre, previo a su nacimiento, y luego, con su problemática relación social, que significó exclusiones afectivas y una insistente predisposición a aprender de su entorno violento y de una eficiente metodología del mal. Su origen maldito fundamenta, por tanto, su resuelto distanciamiento del bien, pues nunca el protagonista enfrentó la más mínima duda moral. Este privado ejercicio de reconocimiento, a manera de un balance existencial, está fundamentado en la recuperación de escenas violentas y eróticas y de anécdotas terribles y sombrías.
Precisamente, la convivencia del protagonista con el mal es propuesta en la novela como una estructura trinitaria articulada a tres motivos que le propiciaron profundos placer y fascinación: robo, asesinato y disidencia sexual, dada la exposición de su cuerpo a la intemperie, en un mundo violento, del que fuera su primera víctima; en un espacio sin reglas ni límites, que le garantizaba libertad y albedrío. La inquietante asociación entre lo anor-mal y lo ani-mal propone la convivencia contradictoria entre lo animal y lo humano, posible solo en un mundo que ha perdido los bordes de la ética y la moral, además, incompatibles con un placer sexual clasificado como trastorno psicológico.
Luego, la construcción del mal en este relato muestra un proceso de desviación del sujeto hacia prácticas violentas, nocivas para su especie y también para lo animal, ya que los cuerpos de las víctimas pasan por experiencias de despojamiento, vejamen, dolor y muerte. Esta escala muestra una especialización infractora y una necesidad de reconocimiento social (temor o admiración), que reivindica el placer como experiencia movilizadora del cuerpo transgresor. Las claves del mal son declaradas por el propio personaje. Asépticamente, se distancia del bien, y tergiversa el significado de la santa trinidad, cuya función, ahora, es explicar su naturaleza maldita. El robo, el asesinato, la homosexualidad y el matiz zoófilo consolidan su subjetividad, como un producto violento que procede de su contacto con circunstancias también violentas y de la eliminación de la contradicción bien/mal, que devela trípticamente su condición.
Dicha condición responde a una intensificación de las prácticas que infringen la ley civil, moral, religiosa y natural, que definen el retrato del infractor (delincuente) y su existencia antes del crimen y al margen de él. A través de los tres croquis propuestos en este dibujo testimonio –la elección por el mal, que plantea su irreversible contagio (al atestiguar la pedofilia del padre, el exceso sexual de Chavico, y la vivencia de su iniciación homosexual); la materialización del mal en otra trinidad y la delimitación de los bordes entre el mal y lo ani-mal– es posible mirar con detalle la construcción maligna del protagonista, particularmente, su intensificación sensible y abyecta en el relato y su definitiva inscripción como un aprendiz en la escenografía inevitable del mal.
4.
Discusión
La novela El ladrón de levita, publicada por Jorge Velasco Mackenzie a finales de 1980, aún reserva nuevos hallazgos para la crítica especializada, pues como dibujo testimonio, traza la agonía de un convicto, durante su traslado a una casa de salud. El protagonista pone en exposición su pasado, desde el mismo instante de su nacimiento, mediante la articulación de un discurso dinamizado por la fórmula causa-efecto, que permite al lector comprender las razones por las que un sujeto se convierte en criminal. La recordación se torna un ejercicio de autorreconocimiento que permite al lector acudir al confesonario del personaje para confirmar una existencia al límite.
El proceso de transformación del protagonista, propiciado por su relación problemática con su entorno conflictivo y por su contacto productivo con la negación del bien se muestra en tres motivos que configuran un tríptico que aborda los siguientes asuntos: la elección por el mal; la materialización del mal en otra trinidad –que a su vez plantea tres aspectos importantes: el placer por el despojamiento, la fascinación por el asesinato y una disidencia imperdonable–; y la anulación de los bordes entre el mal y lo ani-mal. Cada una de estas zonas ha sido objeto de una exploración hermenéutica abordada a continuación a través de un ejercicio de indagación y contraste intertextual:
La elección por el mal
La historia se desarrolla en un lugar denominado Palestina, del que el protagonista era su triste celebridad, y en el que finalmente, se impuso un estigma maldito, pues “todo se volvió Sodoma y Gomorra” (Velasco Mackenzie, 2008, p. 61). La familia del protagonista enfrentó una suerte funesta, ya que el lugar fue asolado por pestes y sequía, y la casa familiar no tuvo herederos. “[T]odos éramos pecadores (…). Malvados (…) que nacieron en esta tierra malvada” (p. 60), precisamente, la relación sujeto-lugar constituye otra explicación al devenir de Mora Martínez.
La novela se despliega en torno a una escena que se dilata a lo largo de toda la narración. El protagonista es transportado en una ambulancia hacia una casa de salud, pues de pronto se había desplomado en el suelo de su celda y se encontraba herido. Las causas de lo sucedido no serían esclarecidas hasta el final de la historia. Su traslado significa un doble viaje hacia su muerte: uno físico y otro espiritual. Mora Martínez no puede hablar, por tanto, lo que se textualiza como discurso es el itinerario de su espontáneo pensamiento, es decir, su monólogo silencioso, hacia sí mismo, entendido como técnica literaria o dispositivo narrativo que significa un hablar a solas, con prolijidad morfológica, sintáctica y semántica. En ese trance, un objeto personal, su billetera, sustraída por el personal médico que acompañaba su traslado, comienza a funcionar como depósito de sus recuerdos (fotos, notas, recortes, postales) y como un detonante efectivo para activar su memoria.
Esta intervención monologada reserva importantes implicaciones de complicidad y sinceridad con su lector, cuyo efecto aquilata la credibilidad de su testimonio, al tiempo que expresa su toma de conciencia sobre su propia existencia. En efecto, el monólogo como modalidad discursiva, en tanto define al narrador en primera persona, expresa el triunfo del yo frente al control y al poder de la voz omnisciente. Este narrador “autodiegético”, como lo denomina Genette (1989, p. 302), que sostiene la relación protagonista-narrador, la cual apuesta por el discurso del pensamiento, que opera un salto al yo y que configura una versión más completa y profunda de su humanidad, expresa la superación del modelo heterodiegético.
La historia, por tanto, se propone como un entramado de recuerdos que se relacionan alternadamente con las percepciones sensibles del mundo físico que circunda al protagonista, quien afirmará en algún tramo del relato que “la memoria es la vida de los muertos” (Velasco Mackenzie, 2008, p. 77). No se trata de un fluir caótico de su conciencia, a pesar de la inserción aleatoria de fragmentos de recuerdos, que propone la continuidad de ese presente en el que el cuerpo sensible se desplaza. Esta producción mental del personaje cronista tiene un propósito confesante, que en el caso del credo católico (elemento reiterado en este relato), significa un sacramento consolador que invoca expiación, arrepentimiento, escucha, contrición, penitencia y absolución. De esta suerte, la recordación en la frontera vida/muerte se vuelve una experiencia que tortura al protagonista durante su agonía y que, en cierto sentido, vanamente, propone la purificación del cuerpo sufriente que, sin embargo, no expresará un mínimo arrepentimiento por el cometimiento de actos delincuenciales.
Ahora bien, la tesis kantiana postula, en el ser humano, una existencia paradójica del bien y el mal, que se decanta en una disposición innata al bien (Anlage) y una propensión al mal (Hang) (López, 2014). Con respecto a esta consideración, “Rousseau no cree que el mal sea natural al hombre, no cree que haya un lobo en él, sino que es el estado social el que ofrece las condiciones para su perversión” (Isaza, 2018, p. 30). Para Kant, el mal es radical, porque está en la naturaleza del hombre; es innato, pues procede de una propensión y precisa una condición; y depende del mundo y de su comprensión de lo sensible (Isaza, 2018). En efecto, el protagonista, a través de su recordación, relaciona su destino desafortunado con un origen maldito y con la negación de una existencia bienaventurada en el mundo.
Recuérdese que Mora Martínez se encontraba cumpliendo una condena en la cárcel, la cual, en teoría, debía encauzar su conducta una vez transcurrido el tiempo que le permitiera –como enemigo social que era–, adquirir nuevos hábitos a través del castigo que se encargaría escrupulosamente del cuerpo culpable (Foucault, 2008). Su condición de presidiario lo inscribe como un sujeto que, usando su albedrío, no eligió razonablemente a favor del bien. Desde las primeras páginas, dirá el personaje: “imagino que los vehículos se hacen a un lado de la vía, se detienen para rendir un homenaje al mal que pasa ululando, graznando ladrón, ladrón y avanza rápido” (Velasco Mackenzie, 2008, p. 7). Además, pensaba que la prensa aguardaba por su llegada, que “querrán la fotografía del mal” (p. 23), la del “marica cruel y asesino que además mentía y robaba” (p. 97). Luego, los asuntos del mal y la conciencia del personaje sobre sus actos reñidos con la ley y la moral se vuelven un motivo persistente en su reflexión. Resulta evidente que el protagonista posee la capacidad de discriminar el valor moral del bien, pese a que este le haya sido negado desde la concepción y aunque él haya elegido por una ética del mal que lo arrastraría hasta el trance que esta novela retrata.
En efecto, el origen del mal en Mora Martínez está asociado a dos asuntos fundamentales de su biografía: el primero, el rechazo de su madre. Cuando nació, incluso la partera se santiguó al ver su cabeza asomarse al mundo. Ella, la vieja Celinda, le contó: “Tú naciste contra el deseo de tu madre. Tu padre, Adalberto Mora, nunca la quiso. Amaba a una profesora de por ahí (…) pero ella siempre lo rechazaba. Por puro despecho había entrado otra vez al cuarto de Amadita” (p. 48), y la forzó pronunciando el nombre de la otra, Rosa Elvira Barzola. Cuando supo de su preñez, se golpeó el vientre, saltaba desde arriba en las escaleras, “hasta llegó a meterse cosas calientes por ahí” (p. 48). Además, “cuando yo te nalguié para que chillaras, ella te maldijo y yo me santigüé” (p. 48). Luego, Enrique Mora Martínez lo sabe y lo afirma: “soy el fruto del mal, la semilla del mismo demonio, del temerario Adalberto, del cónsul, como lo apodaban sus amigos” (p. 62). Por lo demás, el rechazo de la madre se tradujo en un sentimiento doloroso y constante durante toda su infancia:
Mi luz, la negada por mi madre aquella noche de sombras funestas en La Rinconada, cuando mi padre andaba en el viaje que alteró su vida y más tarde su razón. La luz que perdí al caer de bruces en la huerta, cerca del árbol de tamarindo desde donde pedí ayuda. ¡Madre!, grité y la vi: estaba de pie, en la galería de la casa, vestida de blanco como un espectro, Petromax en mano, más bella que nunca. «¡Dónde!», repitió, y cuando yo le respondí aquí, estoy en la huerta, ella levantó la lámpara, me alumbró un instante para reconocerme y me dio la espalda, alejándose hasta el interior de nuestra gran casa, y mis gritos no la detuvieron, ni la hizo volver mi llanto (p. 8).
La negación de la madre y su abandono en el trance de la caída significó para el protagonista su alejamiento definitivo del bien y su descenso hacia el abismo del mal. En cambio, para Amada Martínez, significaría una forma de compensar e incluso materializar su deseo de que él no naciera. Aquella noche lo recogió Chavico, quien se convirtió en su “guardián de infancia” (p. 74). La delirante recuperación de recuerdos, por parte del protagonista, acerca al lector la certeza de un mundo infantil hostil, en el que Chavico simbolizaba su esperanza de salvación:
!Chavico! grito desde mi memoria, y el negro avanza tambaleante, retira las sábanas para tomarme en sus brazos, yo pataleo aterrado, ya no soy un niño y estoy desnudo; él me levanta, nadie escucha mis ruegos, llega a la puerta de la galería, la abre y sale dirigiéndose a la maleza; continúo gritando. Cuando vuelvo a mirar la casa observo el humo del cigarro de mi padre que flota espeso y azulado, escucho el chirriar de la mecedora que es un sonsonete implacable (p. 15).
Por tanto, se confirma la persistencia de un cierto determinismo y una imposibilidad de que el protagonista eligiera a favor del bien.
Al anterior se suma un segundo asunto que condicionó la elección del protagonista por el mal: la fuerza del vaticinio de Lavinia (la prima que se casó con Chavico), puesto que había afirmado que su primo sería el portador de una tragedia. “Enrique, vas a causarnos mucho mal a todos los Mora Martínez; mejor vete, aléjate de nosotros, yo siempre me sacrificaré por ti” (p. 11), le dijo su hermana Antonieta, quien se martirizaría por este mal presagio con suplicios y penitencias durante el resto de su vida: “Tendré disciplina de sangre todos los días” (p. 18). Ella estaba convencida de que el demonio había cercado el cuerpo impuro de su hermano. Por esta razón, se convirtió en la víctima de una demencia de santidad y buscó reivindicar su cuerpo pecador. Incluso, se obligó a un retiro de santa para que no fuera tentada su carne; sin embargo, fue asolada por la anorexia. Desde la lógica batailleana (1997), que asocia erotismo y muerte, esta crisis mística y sacrificial condicionada por la continencia cristiana auspicia una violencia sobre el cuerpo, capaz de alterar la conciencia que el ser tiene acerca de sus propios límites.
Con respecto a la muy problemática relación social del protagonista, cabe apuntar la afirmación de Rodrigues de Sousa (2018), en torno a que
[e]l tamaño de la carga de odio, dirigida contra todo y contra todos, no es originaria de su condición de vida [la del joven infractor], es producto de su carga catexial de negación originaria de sus padres y otras criaturas enojadas e inconformes con sus situaciones sociales que acaban descargando sobre ellos toda esta fuerza desmedida (p. 38).
El desprecio materno, que el monólogo de Mora Martínez esclarece, empata perfectamente con esta explicación que radiografía uno de los motivos de su elección por el mal.
Ahora bien, el mal, por definición, se vincula con aquello que anticipadamente se entiende por bien, porque lo niega, y su elección está motivada, en tanto guarda relación con un cierto placer (Kant, 2012). De allí, el placer de la apropiación y el deseo sexual que declara el protagonista: “fui ladrón, marica y asesino porque me gustaba serlo; porque solo robando era feliz; matando y amando a hombres como yo” (Velasco Mackenzie, 2008, p. 63). Él supo siempre que había “nacido maldito” (p. 66), y por ello, habitó gozosamente las parcelas del deshonor y se ufanó al ser fichado como delincuente. Por lo demás, la paradójica existencia del bien con el mal en el hombre da lugar a un aprendizaje de las formas y ejecutorias reñidas con el bien. Sin embargo, el protagonista nunca se planteó esta disyuntiva moral, puesto que siempre se reconfortó con la infracción y su aprendizaje: “Ellos juntos [Celinda, Chavico, Nessar, Amada Martínez y el francés] hicieron mi escuela, mi casa de la sabiduría del mal, por eso pude robar con audacia, aprendí a matar a sangre fría, fui mujer siendo hombre” (p. 62). Este aprendizaje es una fase del descenso tras la caída del paraíso que le significó el rechazo de su progenitora3. Por tanto, la anulación de esa constante lucha y alternancia entre el bien y el mal, que hubiera determinado un destino moral distinto, responde a los dos momentos ya comentados, que sucedieron en una escenografía hostil, desde el instante de su nacimiento.
3 Pero, además, odiaba al padre (de él murmuraban que había hecho un pacto con el Diablo); lo odiaba por golpear salvajemente a Chavico, por alcoholizarlo y por ser un violador que prostituía a las niñas hijas de las familias pobres de Palestina. Y lo siguió odiando pese a que, cuando envejeció, enloqueció y terminó en un manicomio, intentando en vano lograr con la oración que le fueran perdonados sus pecados.
4 El encuentro sexual entre humano y animal es una práctica condenada por la religión católica. En la Biblia Reina Valera (1960), en Levítico 18:23, se lee: “Ni con ningún animal tendrás ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para ayuntarse con él; es perversión”. En Éxodo 22:19: “Cualquiera que cohabitare con bestia, morirá”. En Levítico 20:15: “Cualquiera que tuviere cópula con bestia, ha de ser muerto, y mataréis a la bestia”. En Levítico 20:16: “Y si una mujer se llegare a algún animal para ayuntarse con él, a la mujer y al animal matarás; morirán indefectiblemente; su sangre será sobre ellos”. Y en Deuteronomio 27:21: “Maldito el que se ayuntare con cualquier bestia. Y dirá todo el pueblo: Amén”. Cosa parecida sucede con la legislación; en el caso del Ecuador, el COIP condena la zoofilia o bestialismo con cárcel de seis meses a un año, y hasta tres, en caso de que el animal fallezca.
La materialización del mal en otra trinidad
El motivo del mal persiste en una estructura trinitaria que sostiene el cuerpo malvado (perpetrador de acciones que dañan a terceros y de infracciones que lo condenan), y maldito (por su imposibilidad absoluta de obrar en acuerdo con la moral y con una ética del bien). La idea de trinidad del mal es sugerida por el propio Mora Martínez y se materializa en sus actos: robo, asesinato y disidencia sexual: “soy el ladrón, marica y asesino, las tres desgracias que viven en un solo cuerpo como una mala trinidad” (p. 74). Ese mal atraviesa el cuerpo, descubierto en el curso de la edad clásica “como objeto y blanco de poder” (Foucault, 2008, p. 158), precisamente, cuando este no ha sido expuesto a acciones educativas, manipuladoras, docilitantes, y, por tanto, no se ha transformado en una máquina útil e inteligible (Foucault, 2008). En efecto, la condición de vida del protagonista lo liberó de dicha metodología disciplinatoria y lo expuso a la contaminación del mal y a una incapacidad irreversible de discernir en favor del bien.
El mal se comprende como esa fuerza capaz de invertir el orden definido por el bien y expresar la supremacía de la libertad y el albedrío. Como elemento originario, constitutivo de la naturaleza humana (Kant, 2012), en tanto posibilidad en la estructura moral del individuo, desarrolla su función en la dialéctica razón práctica/aventura humana y responde a la voluntad del sujeto y a los influjos que determinan los principios de su acción. Así, la intención moral se revela en los actos y esclarece el ejercicio de deliberación del sujeto sobre su acción y su conducta. Todo sujeto escoge constantemente, y Mora Martínez hizo lo propio al oponerse a la moral del bien como fundamento de sus acciones. El protagonista acepta su amor por la violencia y su naturaleza transgresora y viciosa. Se sabe mirado y declara:
Cierro los ojos para que aquella música torturante no me acabe de matar; de pronto, la mujer que ha venido todo el tiempo en silencio se acerca (…) me toca el párpado y lo abre, mi ojo aparece ante ella enrojecido, surcado por hilillos de sangre que la asustan. «Tiene la mirada de un asesino», dice ahora muy claramente. Los otros se acercan, se inclinan, me abren el otro párpado mirando atentos. «De ladrón», murmura el hombre que vigila la botella de suero. «O de marica», añade riendo el más joven (Velasco Mackenzie, 2008, p. 8).
El protagonista asume su condición y esta se reafirma a través de la percepción de los otros. Es decir, los comentarios no logran incomodarlo, quizá porque su conciencia del mal ratifica su libertad y albedrío, y fundamenta la voluntad latente en sus actos.
Pero la aceptación de su cuerpo maldito, que fundamenta esa “mala trinidad” (p. 74) que le sostiene: “ladrón, asesino o invertido, como una trinidad hacia abajo, hacia el fondo de la tierra donde deben estar los infiernos” (p. 80), inspira a su cuerpo malvado-maldito e infractor a agredir y violentar a otro cuerpo, prójimo, a través del robo y el asesinato, y a un otro distante, animal, a través de la zoofilia. A continuación, se analizan estas contravenciones:
El placer por el despojamiento
Recuérdese que en el mal subyace el placer, que es un ejercicio proveniente de la experiencia:
es completamente imposible comprender, esto es, hacer concebible a priori, cómo un simple pensamiento, el cual no entraña dentro de sí nada sensible, engendre una sensación de placer o displacer; pues ésta es una peculiar especie de causalidad respecto de la cual, como de cualquier causalidad, no podemos definir a priori nada en absoluto, sino que acerca de ella hemos de interrogar a la experiencia (Kant, 2012, p. 189).
Lo anterior refuerza la idea de que el cometimiento del mal produce un cierto placer; en este caso, la posesión de lo ajeno. La postal del muro de los lamentos del bolso de su madre fue el primer objeto robado; luego, la taquilla del Estadio Modelo, sacos de arroz; siempre, vistiendo la levita que le caracterizaba. Su tutor, un experimentado francés, le enseñó a vestir la leva que le hacía aparentar seriedad y le había dado el alias en el mundo del crimen. Era su “símbolo del mal” (Velasco Mackenzie, 2008, p. 33 y p. 83), su “escudo” (p. 56) y la mortaja que al final le protegió el cuerpo, como un sudario en el momento en que murió con el valor con el que mató y descendió a “la tierra, madre del mal” (p. 106), sostenido por ese impulso a exceder los límites y superar la violencia del deseo sobre la razón (Bataille, 1997).
Precisamente, en relación con la dinámica deseo-transgresión, Rodrigues de Souza (2018) propone que el problema de la delincuencia juvenil está asociado a una satisfacción del deseo de reconocimiento colectivo de sus coetáneos, es decir, un deseo narcisista y neurótico, anclado a una falla educativa, que desborda su razón, extravía su sensor moral (Rodrigues de Souza, 2018) y apuesta por la violencia y su ritualística.
La fascinación por el asesinato
La muerte es el pecado más grave y preserva una fascinación que domina al erotismo (Bataille, 1997). Quizá por ello, en su escalada al mal, Mora Martínez arrebató la vida de varias personas y lo recordó cínicamente durante su trance, en orden y con detalle. Su primera víctima fue un hombre foráneo que se resistió a ser robado. Luego, el día que asaltó una tienda, mató a un niño que abrazaba a su madre, lo hizo con un tiro accidental que fue a dar en su frente. Después, fue el turno de una ramera que se negó a bailar con él, afirmándole que ella “[n]o bail[aba] con maricones” (Velasco Mackenzie, 2008, p. 56). Después, mató a su madre durante un extraño incidente, cuando ella se aprestaba a entregarlo por la muerte del niño, pues estaba convencida, y se lo dijo, que si hubiera sido su hijo y no de Rosa Elvira Barzola, “no sería (…), ladrón, marica y asesino” (p. 57). Durante el forcejeo por la levita, se disparó el revólver y Amada Martínez “se (…) [fue] doblando despacio con el escote manchado de sangre (…). La mir[ó] muerta en la sala, la toc[ó] y escap[ó] sollozando” (p. 57). Su fascinación era tal, que incluso, mientras era transportado en la ambulancia, tuvo el impulso de matar a la enfermera: “Me consume el deseo de matarla, de acabarla despacio hundiéndole mi puñal entre los senos como en un suplicio” (p. 21). Lo anterior muestra la insensibilidad y la frialdad del protagonista, con respecto al acto de matar, que había sido naturalizado por él.
El asesinato transgrede lo legal y se corresponde con una violencia moral que, sin embargo, aparta una explicación que, sin llegar a ser una justificación, da sentido y fundamenta el acto homicida. Esa explicación, desde distintas perspectivas, mantiene lazos comunicantes con pluralismos normativos y culturales, con un cálculo de oportunidades y riesgos, y con atribuciones morales en la conducta desviada (Antillano y Sepúlveda, 2021). Por tanto, resulta válido insistir en que el personaje se adhirió a una ética del mal, imbuido por las tensiones y exclusiones sociales y afectivas que tuvo que enfrentar, y también, por la consecuente falta de oportunidades de conocer y cultivar el bien, que lo volvieron un individuo con una larga y popular trayectoria criminal.
Una disidencia imperdonable
La analogía homosexualidad-mal, enfermedad, pecado, que, de hecho, demanda una discusión más profunda, reafirma, sin embargo, el estigma sobre la disidencia del régimen de la sexualidad, planteado por Foucault (2007). El protagonista recuerda que todo inició con Juan Intriago, su violador, “el primero que [lo] degeneró” (Velasco Mackenzie, 2008, p. 85). Su sobrenombre, Juan el pelotas, aludía a sus testículos “inmensos y redondos, llenos de un vello negro” (p. 43).
yo avanzaba hacia él que señalaba su miembro (…) yo me desvestía (…), era un niño aún, y él, untado de jabón, se abrazaba a mi cuerpo por la espalda (…) y empujaba con fuerza; después se movía como bailando mientras yo chillaba de dolor. «Calla», decía, «soy el abominable hombre de las nieves que ha venido a La Rinconada para castigar a todos los muchachitos maricas. (p. 43)
Sobre esta escena y otras similares, persistentes en este relato, resulta oportuno comentar que entre los narradores del Vectorial70, Velasco Mackenzie es el mayor apostador por un lenguaje desenfadado, por la imagen cruda, sin filtros ni edición que retoquen o difuminen lo burdo, incómodo, explícito u obsceno; por el abordaje de temas complejos y desafiantes (el incesto, el matricidio, el filicidio, entre otros); y por la incorporación de personajes expulsados de la esfera del mundo de arriba, lícito, regulado y ordenado. Un ejemplo de lo anterior constituye su obsesión con el miembro de Chavico: “era grueso y oscuro, con tonalidades enrojecidas cerca del glande; de la gran cabeza” (p. 27); su “sexo sobresalía fuera de la bragueta como otro cuerpo oscuro, un ser distinto y oscuro que le nacía de entre las piernas” (p. 28). Chavico era el dueño de una “picha enorme” (p. 76), que hacía gritar a Lavinia y que solo ella era capaz de soportar.
En su trance recordatorio, el protagonista recupera algunas anécdotas eróticas con sus otros amantes: Moisés (cuyo nombre real era Virgilio), el traidor Adelino, que le contó al padre sobre sus encuentros sexuales a escondidas; Henry, el soldado; Charlie Terán, su colega y compañero de fechorías, “invertido como él” (p. 77); y Julio Rengel. Del mismo modo, recuerda la escena en la que enfrentó a su padre, al confesarle su homosexualidad:
Puedes venir por mí padre, y lo aguardé transformado: Allí estaba yo, su hijo primogénito, convertido en mujer, vestido con blusa y falda; (…) un lazo rojo alrededor del cuello; (…). Me llamo Enriqueta () [él] se santiguó ¿Frente a la Trinidad de la desgracia? ¿Delante del hijo ladrón, asesino y ahora homosexual? (p. 26)
Estas líneas muestran, a contraluz, la intención de importunar la virilidad del padre con su travestismo y de vengarse de él con esa declaración sobre su deserción del régimen heterosexual, para sabotear el equilibrio que este aportaba al orden social.
La delimitación de los bordes entre el mal y lo ani-mal
La inquietante asociación entre la serpiente que representa el mal y Eva, retrato del “paso de lo animal al hombre” (Bataille, 1997, p. 222) y del origen del pudor; la mítica existencia de centauros, “su entramado entre la existencia salvaje y la vida civilizada” (Bartra, 1997, p. 27) y su apetito animal; y, en general, la teriantropía, que define lo que es parcialmente bestia y parcialmente humano y que existe en dimensiones mitológicas y religiosas de civilizaciones muy antiguas, verifican una pulsión solidaria entre las potencias de lo humano y lo animal. Estos vestigios liminales pierden sus bordes. Paradójicamente, en esa anulación, es posible identificar cuáles son los límites de estas dos naturalezas contradictorias. El hombre, para ser tal, niega el mundo dado y su propia animalidad, “sus necesidades animales” (Bataille, 1997, p. 221) a través de prohibiciones4, cuyo propósito es evitar un agravio moral.
La voluptuosidad profana del protagonista está engarzada a la rebelión y al caos, y se encuentra latente en una búsqueda de placer incompatible con los códigos morales, religiosos y jurídicos, que son aprehendidos mediante la educación formal, la civilidad y la religión, que otorga el sustento necesario a dichas prohibiciones. Por tanto, la alusión al simbolismo animal es una alternativa para identificar lo otro y lo que amenaza el orden y el bienestar común, para diferenciarlo y separarlo de la vida humana, con precisión (Giorgi, 2014). Esta exclusión de lo animal confrontada con lo humano se convierte, en la novela de Velasco Mackenzie, en una estrategia para caracterizar al protagonista, al tiempo que muestra un trastorno psicológico determinado por prácticas de violencia en contra del cuerpo animal, tan antiguas como condenadas (Ferrari et al., 2020), que reafirman en el personaje una predisposición al mal en evolución.
En efecto, en un par de tramos de la historia se escenifican dos actos de zoofilia. El de Chavico, con una mula, y el de Enrique, con una gallina. El protagonista padece esta perversión sexual, la asocia con el enamoramiento y la describe como sigue a continuación:
mi más puro amor de infancia, cuando me enamoré de la jabadita, cuando a hurtadillas entraba al gallinero para buscarla entre todas las aves que cacareaban (…) volvía a mi cuarto y me acostaba acariciándola, sobando su plumaje suavísimo, (…) me desvestía y la dejaba pasearse por mi cuerpo libremente, sobre mi pecho, entre mis piernas donde yo la detenía, separaba sus plumas traseras cuidadosamente para penetrarla despacio, sujetándole el pico con los dedos, aflojando de cuando en cuando para que pudiera respirar, hasta que terminaba inundándola con aquella mi agüita inocente; al soltarla, la jabadita huía llena de pavor sin saber por dónde salir (Velasco Mackenzie, 2008, p. 89)
Su madre, al descubrirlo, le torció el cuello a la gallina, en su presencia; se la sirvió guisada y le dijo: “Come hijo, el culito es tu presa favorita” (p. 89). Sin perder de vista la relación conflictiva entre madre e hijo, es evidente el rechazo de Amada Martínez a esta práctica bestial, considerada un crimen contra la naturaleza en la Edad Media, y en nuestros días, un acto que violenta el derecho animal (Ferrari et al., 2020). De todos modos, este es un tipo de trastorno, cuyo primer estudio científico data de 1948, y que tiene mayor prevalencia en hombres y en zonas rurales (Miletski, 2002, citado en Ferrari et al., 2020). En efecto, El ladrón de levita es una novela ambientada en un escenario rural de la costa del Ecuador, cuyos personajes poseen significativos rasgos machistas y viriles.
La segunda escena muestra una práctica sexual con una mula que, tanto como la anterior, connota un desvío que violenta y causa dolor a la indefensa víctima:
enseguida desató a la mula, colocó una piedra atrás del animal y se subió allí; sujetándolo con las dos manos apuntó su sexo que había crecido más y brillaba con los rayos del sol, levanto el rabo de la mula y la penetró de un solo envión. El animal apenas se movió: él la abrazó entonces por los flancos y comenzó a moverse parado en las puntas de los pies. (…) Desde el suelo pude oír el rebuzno, el resoplar del negro y la carcajada de mi amigo” (Velasco Mackenzie, 2008, p. 28)
Se trata de un ataque a otra especie, que guarda las resonancias de cualquier escena de violación o abuso sexual entre humanos, tal como lo afirma Beirne (2000, citado en Ferrari et al., 2020), a condición de la coerción, el daño, el dolor o muerte y la indefensión de la víctima; por lo demás, acto que ratifica la adhesión del protagonista a una ética del mal.
Este texto literario muestra la construcción del sujeto infractor, a través del aprendizaje del mal, provocado por la tensa relación con su entorno, que se materializa en el cometimiento de delitos y en su desvío con respecto a lo normado (la novela refiere la homosexualidad y la zoofilia). Dicha construcción coincide con el problema de la delincuencia juvenil, su violencia neurótica y su lugar como pesos muertos en sus hogares (Rodrigues de Souza, 2018). La elección por el mal y su aprendizaje requieren de educación y especialización, soledad y libre albedrío. Luego, operar en contra de otro cuerpo supone impugnar la bondad natural del ser humano y la ley moral que sostiene el sistema social (López, 2014). El protagonista infractor es un disidente de todos los regímenes insaturados para mantener el orden, la estabilidad y la continuidad de la sociedad. Desde ese mundo humano proscrito, bordea e irrumpe violentamente en el mundo animal, para vulnerar los cuerpos/individuos de esa otra especie. Por tanto, la elección por el bien es, entre otras cosas, la lucha del hombre contra sus propios límites.
Por lo demás, la animalidad, vertiente temática de esta novela, corre el foco hacia el margen y alumbra el bestialismo, práctica social existente en diversas geografías y culturas, pese a que se la niegue o se la ignore (Archbold, 2019). Precisamente, Archbold, en su estudio, expresa su extrañeza frente a la evasión de este tema en la literatura latinoamericana, aunque resalta que Cien años de soledad, con el asunto del “burdel zoológico” (p. 79), y contadas piezas entre narrativas y poéticas, constituyen una excepción en la representación de estas prácticas que responden a obligaciones simbólicas (de iniciación sexual para la virilización del hombre, por ejemplo). Luego, aún queda pendiente explorar con mayor detenimiento la tradición narrativa del Ecuador, para mirar el comportamiento de este motivo, sus formas de representación y sus significados.
Referencias
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