1.
Introducción
La filosofía práctica es la colección conceptual de todos aquellos campos de investigación filosófica que tratan sobre el obrar humano, dicho en términos generales. En la forma de filosofía, que se expondrá, tales campos que se suelen considerar son: la metodología, la axiología, la ética y la praxiología. Se explicarán tales áreas de estudio y sus relaciones objetivas de forma sistemática, hasta alcanzar a los archiconocidos derechos humanos (DDHH). Dado que las ciencias no se discutirán en los siguientes razonamientos y no se adentrará en exceso en sus diversas formas de proceder y teorizar, el desarrollo de la exposición se centrará aquí en la filosofía práctica más social y valorativa: la ética y la axiología así como la praxiología que se deriva de éstas. La metodología incumbe a diferentes valores y valoraciones. Sin embargo, no mantiene una ligadura tan estrecha como la axiología con la ética o la praxiología sobre la sociedad. Se la aludirá de todas formas, al tratar de normas, pero quedará en un segundo plano para centrar la reflexión en la sociedad per se; i. e. los sistemas sociales. Por otro lado, y como se podría pensar, la estética también tiene grandes compromisos axiológicos así como con la sociedad; pero al no ser una rama práctica “objetivable” (se asume, al menos en cuanto a su prescripción universal) sino de análisis y explicación al tratar valores subjetivos, como se dirá, queda relegada en esta exposición.
1.1. Metodología
Se guiará la explicación con apartados, introducidos por interrogantes, y encadenados entre sí sucesivamente; el marco de coordenadas desde el cual se encarará esta exposición de la filosofía práctica se realizará desde la filosofía científica.
Esto es, se adopta la metodología, que a continuación se justificará pertinentemente, de proponer tesis en forma de hipótesis claras que puedan evaluarse según su coherencia tanto propia como con los conocimientos teóricos de otras ramas de la filosofía, y de las ciencias contemporáneas. Se procederá por varias tácticas pues: ofreciendo ejemplos y contra-ejemplos, formulando sistemas teóricos que den respuesta a ciertas inquietudes de forma lógica y con ayuda de herramientas matemáticas, o bien buscando contradicciones en tesis contrarias por reducción al absurdo, etc. siguiendo la estructura mencionada de preguntas-respuestas provisionales y aumentando gradualmente el rigor con el que se trata el problema abierto en cada sección.
1.2. La filosofía científica
¿Qué es la ‘filosofía científica’?
Los términos ‘filosofía científica’ son el nombre enfático con el que se alude a la filosofía realizada con rigor en sus teorías (entendida como una disciplina con ciertos límites), análogamente como sucede al hablar de ‘medicina científica’. Esto es una filosofía que sea libre de ambigüedades, y sin quedar nunca apartada de la realidad. En relación y sinergia respecto a las diferentes ciencias contemporáneas. Y de la misma forma que en la medicina, con rigor (entendida como disciplina), únicamente existen técnica y tecnología modernas que se basen en la ciencia, siendo realmente redundante agregar más; de igual forma, de filosofía, con rigor, únicamente existe la que es clara e informada por la ciencia, sin agregarle más. Sin embargo, dado el contexto social presente, se cree necesario reivindicar su enlace con la claridad y las ciencias, igual que en medicina. Aunque solo sea un retoricismo para hablar de filosofía seria (filosofía, sin más).
Tal propuesta metafilosófica (filosofía de la filosofía) asume un cientifismo tácito. La ciencia sería un modo privilegiado de conocer, al menos especializadamente, sobre el cual asentarse. Pero este no es un cientifismo duro o ‘hardcore’: no asume que la ciencia sea el único conocimiento, tampoco se la idealiza en “La Ciencia” (como un absoluto); todavía menos se la defiende dogmáticamente como infalible, o se la ideologiza como si fuese el único pilar que se deba preservar en la sociedad y en la cultura (Haack, 2017). Se trata de un cientifismo moderado o ‘light’ compatible con la filosofía, en igualdad (para que se puedan justificar una en la otra), y tolerable a otros conocimientos en otros órdenes cognoscitivos: como podrían ser la intuición, el conocimiento ordinario y la técnica simple, etc. Esto da lugar, pues, a un filosofismo (‘light’ de nuevo) implícito: la filosofía no es lo único que importa, pero es una manera también privilegiada para entender, al menos de forma general, sobre otras formas de conocimiento genérico como podrían ser los mitos o la religión.
Luego formalmente, si F y C son n-tuplas que representan la filosofía y las ciencias respectivamente, y ≠ la desigualdad:
F ≠ C , F↔C
Dónde F↔C representa la relación de sinergia teórica entre ciencias y filosofía, en la que ‘∃x ∈ C: 𝜏F(x)’ & ‘∃y ∈ F: 𝜏C(y)’ y los predicados 𝜏F y 𝜏C son los supuestos de trasfondo en filosofía y en ciencias también respectivamente, definido el trasfondo como un conjunto de ideas implícitas y explícitas presentes en cierta disciplina. Esto es, existe un elemento de la ciencia que es su trasfondo de supuestos filosóficos, y un elemento en la filosofía que es su trasfondo de supuestos científicos.
Tal relación vinculante entre ciencia y filosofía, que no es viciosa o cerrada sobre sí misma, si no virtuosa por ser constructiva; ya ha sido tanteada por muchos autores y sistemas filosóficos, pasados y también relativamente recientes como en el Integracionismo de Ferrater Mora (Velásquez, 2015). Se puede además considerar a la filosofía científica, como marco metafilosófico, un naturalismo epistemológico moderado (Diéguez, 2012) dado que se propone una continuidad entre filosofía y ciencia sin igualaciones; pero en estrecho contacto y con similitudes dentro de sus diferencias. Por lo tanto la metafilosofía asumida en la filosofía científica pone en estrecha relación a la filosofía con las ciencias punteras; pero de una forma razonable, que no pretende agotar toda forma de conocimiento y cognición. Ni siquiera tal forma de filosofía agota la diversidad de estudios filosóficos, puesto que, aun postulada la filosofía científica como la mejor forma de proceder cuando pueda hacerse (y a pesar de no ser original en su propuesta), admite grados de acercamiento y análisis preliminares varios: la protofilosofía –i. e. filosofía embrionaria pero en camino de tener rigor en su claridad y congruencia–, la semifilosofía –i. e. filosofía que ya puede ser rigurosa; pero aún dispone de áreas algo atrasadas–, etc. Es comprensible que, en tiempos de protociencia, solo podría existir en sinergia una protofilosofía dada; pero se tendría un mayor estatus cognoscitivo que otras formas de entendimiento todavía más borrosas y desligadas de proto-conocimientos especializados, por camino que quizás todavía le quedasen por recorrer a la filosofía embrionaria hasta su adultez.
Es decir, la filosofía científica busca ser dinámica, autocrítica y separarse también de “filosofías” especulativas, ofreciéndose como alternativa con ya larga tradición: una filosofía clara, sistémica, también exactificable con herramientas formales a veces, e informada siempre por las ciencias disponibles: ya sean formales (matemáticas, lógica) o fácticas (física, química, biología, psicología, sociología, etc.). Es por tanto una tarea clásica antes que nueva, con precursores como Aristóteles y la protociencia helénica, y más recientes como el científico L. Boltzmann (Romero, 2017) con el surgimiento de la ciencia moderna. Por otro lado evita caer en la exegesis y el mero ‘comentarismo’ de autores, optando por enfrentar problemas directos con hipótesis y sistemas teóricos –sistemas hipotético-deductivos–, a modo de respuestas.
El procedimiento de evaluación y revisión permanente de tales hipótesis y/o teorías propuestas es el testeo de su consistencia interna (coherencia lógica) y su coherencia externa (coherencia con otros campos de conocimiento, tanto filosóficos también, como científicos), así como por la fertilidad (ayuda, guía y facilitación) a la que contribuya en los avances del entendimiento y el cambio social; siendo este el requisito que permite decidir entre teorías igual de consistentes y congruentes con la ciencia. Los problemas y formas de estudio filosófico informado por las ciencias son diversos, pero pueden agruparse aún en las ramas clásicas de la filosofía: lógica (teoría de la inferencia), semántica (teoría del significado), ontología (teoría de las entidades más generales del mundo), gnoseología (teoría de las formas de obtención del conocimiento), metodología (teoría de los modos de indagación), axiología (teoría de los valores), ética (teoría de las normas de conducta), praxiología (teoría sobre la acción humana) y estética (teoría de los valores de la belleza). Siendo la metodología, la axiología, la ética y la praxiología las ramas prácticas o la filosofía práctica. No cabe confundir, pese a ser muy habitual, la filosofía de la ciencia, capítulo de la gnoseología (a su vez epistemología si trata sobre ciencias), con la filosofía científica. Es desde esta última posición que se partirá para exponer la filosofía práctica. Y es que saber de normas en sociedad; ética, implica explicar fines y valores, juicios de valor, etc. Y para hablar de valores y juicios de estos, axiología, cabe hablar de sus raíces. Si se busca una raíz objetiva para la posibilidad de unos valores objetivos, cabe entonces hablar de unas raíces del valor que también sean objetivas, i. e. precisas y libres de sesgos evidentes. Lo cual implica que son pasibles a ser investigadas científicamente. Quizás la raíz buscada de los valores no sea una sola, si no varias raíces: las necesidades de los seres vivos.
2.
Necesidades
¿Qué es una necesidad?
Una necesidad se suele entender como un requerimiento, algo que cabe cumplir en algún aspecto de algún tipo, por parte de un ser vivo: A requiere B para C. Pero es evidente que un ser vivo requiere de algo en ciertos momentos que en otros momentos no, como cuando un ser humano come en función de la hora que sea. También es evidente que un ser vivo requiere de algo en algunos lugares y que en otros no, como cuando cualquier animal sufre de sed en el desierto. Depende de sus medios y disposición. Por lo tanto, una necesidad es un requerimiento, que depende de un ser vivo y sus circunstancias –lo cual puede recordar a la famosa frase de Ortega y Gasset (1914)–. El hecho de que dependa de algún ser y de su contexto hace que las posibles raíces del valor sean relativas, más no necesariamente subjetivas, al menos por lo deducible hasta ahora. Sin embargo, también existen muchos tipos de requerimientos circunstanciales. Si un ser vivo animal (lo suficientemente complejo), desea jugar con algún objeto o cuerpo, posiblemente puede dejar de jugar con ello en cualquier momento, sea arbitraria o deliberadamente. Parece lo primero algo relativo y además subjetivo. En cambio, está claro que el hambre no se agota arbitraria o deliberadamente. Esto segundo es objetivo (no-sesgado), aún relativo a especie y circunstancias, lo cual implicará también su debido trato razonable (Rescher, 1999) si se busca preservarlos.
Se puede discernir, pues, entre requerimientos de necesidad y deseo. Y si estos dos tipos de requerimientos serán lo que fundan1 los valores y a las valoraciones, y se busca exponer sobre lo que es objetivo, habrá que tratar de necesidades antes que de deseos. También hay otros tipos de requerimientos: no es lo mismo requerir de atención que requerir de un riñón o paz social. Hay requerimientos biológicos, psicológicos y sociales. Luego hay necesidades y deseos psicológicos, biológicos y sociales; a veces intersecados. Y también hay requerimientos reales o necesidades, más o menos urgentes: no es lo mismo enfrentar una guerra que fomentar la información óptima entre comunidades sociales; no es lo mismo comer para sobrevivir que mantenerse sano; no es lo mismo padecer de una enfermedad mental que entrenar una facultad cognitiva. Las necesidades, y sólo éstas, pueden ser de supervivencia (i. e. seguridad) o de salud (i. e. sanidad).