CRECIMIENTO URBANO EN LA PRODUCCIÓN
DE VIVIENDA FORMAL DEL SIGLO XX
Una mirada actual sobre las teorías funcionalistas y humanistas
URBAN GROWTH IN THE PRODUCTION OF FORMAL
HOUSING IN THE TWENTIETH CENTURY
A current look at functionalist and humanist theories
Gabriela Durán
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
Ecuador
Arquitecta graduada en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil. Realizó sus primeros proyectos de carácter urbano en empresas inmobiliarias reconocidas de la ciudad, donde confirmó su total gusto por el diseño urbano, iniciando así sus estudios de posgrado en el exterior por dos años, en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, en la ciudad de Querétaro, donde obtiene el título de Maestra en Arquitectura y Nuevo Urbanismo. De esta manera, inicia una trayectoria de diseño urbano y arquitectónico desde la cátedra universitaria en la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, donde hace seis años se desempeña como Docente titular de la Facultad de Arquitectura y Diseño, dirigiendo las cátedras de Urbanismo, Fundamentos de Diseño y Proyecto Arquitectónico; así como también, tiene a cargo la Coordinación de los trabajos de titulación que se desarrollan dentro de la Carrera de Arquitectura.
De forma paralela a la cátedra, se desempeña como contratista municipal donde ha participado en varios trabajos de construcción, diseño y remodelación de zonas residenciales. Desde entonces ha mostrado interés en los temas de ciudad, espacio público, conectividad y crecimiento urbano, los cuales han sido discutidos en diferentes congresos y charlas como profesional invitada por algunas universidades internacionales y nacionales. Actualmente está culminando su tesis doctoral en diseño urbano referente al crecimiento urbano de la ciudad de Guayaquil en la Universidad de Palermo, Buenos Aires.
gabriela.duran@cu.ucsg.edu.ec
orcid.org/0000-0003-3338-3725
Fecha de recepción: 14 de julio, 2020. Aceptación: 13 de octubre, 2020.
Resumen
El presente artículo reúne los diferentes enfoques modernos y posmodernos sobre las formas de crecimiento urbano a partir de la producción de vivienda formal. De esta manera, se aborda un estudio de la ciudad según la mirada funcionalista (CIAM) que vincula a la ciudad como una máquina y una producción en serie. Además, se continúa reflexionando sobre la mirada humanista con la aparición de la escuela italiana, que reconoce a la ciudad como romántica, y más adelante, como desarrollo de estas dos primeras. Estos fundamentos teóricos del siglo XX posibilitan una reflexión crítica acerca de los aspectos urbanos más relevantes a la hora de producir ciudad en la actualidad.
Palabras clave
Crecimiento urbano, teoría funcionalista, teoría humanista, producción de vivienda.
Abstract
This article brings together the different modern and postmodern approaches to the forms of urban growth based on the production of formal housing. In this way, the study of the city is approached according to the functionalist perspective (CIAM) that links the city as a machine and a serial production. In addition, it continues reflecting on the humanist stance with the appearance of the Italian school, which recognizes the city as romantic, and later, as a development of the first two. These theoretical foundations of the twentieth century allow a critical reflection on the most relevant urban aspects when producing the city today.
Keywords
Urban growth, functionalist theory, humanist theory, housing production.
Introducción
Durante el siglo XX, los temas de ciudad estuvieron en el centro de los debates mundiales, en concreto durante el periodo entre guerras; siendo los más importantes los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) que se llevaron a cabo en el continente europeo (Benévolo, 1996). Según García (2016) aquí se creó el contexto para el desarrollo de una mirada funcionalista al crecimiento de las ciudades, a partir de la producción de vivienda. En efecto, aparecen las teorías funcionalistas sobre el hecho urbano que son tratadas en las primeras sesiones del CIAM. Por otro lado, la mirada contradictoria al crecimiento funcionalista surgió como oposición a las ideas planteadas en los primeros CIAM, es así que, al término de este, en la sesión número diez, se consolida el Team X compuesto por una serie de profesionales de la disciplina urbana, quienes lideraban el frente defensor de la ciudad en contra de los parámetros mecánicos de la producción de vivienda sobre el territorio urbano (Hall, 1996). A partir de este hecho, se hace énfasis en las teorías humanistas que fueron las que marcaron un cambio ideológico en la arquitectura moderna y que siguieron en la época posmoderna con una serie de cambios y yuxtaposiciones entre varias teorías.
Estas teorías ayudarán a comprender el impacto no solo social sino también tecnológico y económico, que han generado sobre el crecimiento y la expansión de las ciudades. El fenómeno expansivo sobre el territorio urbano, a través de los años, ha ido adquiriendo características segregadas de las teorías fuentes, hasta convertirse en un fenómeno de tipo híbrido en la actualidad (García, 2016). De esta manera, resulta necesario conocer los antecedentes teóricos de las corrientes funcionalistas y humanistas, sus implicaciones urbanas, sus modelos de crecimiento, y sus influencias sociales, tecnológicas y económicas que han incidido en los territorios. En efecto, es necesario que se desarrolle una mente crítica multidisciplinar ante las formas de crecimiento y expansión que toman lugar en nuestras ciudades.
Este estudio, por tanto, parte de la revisión bibliográfica de textos teóricos, impresos y digitales, pertinentes al objeto de estudio. La selección de los autores para abordar la mirada teórica con respecto al tema de las formas de crecimiento urbano a partir de la producción de vivienda se basa en el contexto origen y de expansión de las teorías urbanas, partiendo de un contexto moderno desde el continente europeo con las teorías del CIAM, así como, de los arquitectos líderes de la escuela italiana de urbanismo como Muratori, Caniggia, Aymonino, De Carlo, Benévolo y Rossi. Asimismo, se seleccionan los autores del contexto posmoderno que abordan el crecimiento y expansión de las ciudades a partir de las teorías europeas de origen, como Geddes, con la aparición del término de “conurbación”; Mumford, con la identificación del problema del “suburbio”; Indovina, con la aparición del concepto de “ciudad difusa”, Garreau, con la discusión de las “ciudades de borde” o “Edge cities” y De Solà-Morales con las teorías de las formas de crecimiento urbano en algunas ciudades de Europa. Por otro lado, para abordar la mirada actual al crecimiento de ciudad y reflexionar sobre ella, se mencionan a los autores Muxi y Venturi, quienes estudian el crecimiento urbano difuso y fragmentado, modelo que se consolidó durante el siglo XX por efectos de la era globalizadora. Se establecen relaciones para la lectura de cada uno de sus elementos urbanos y los distintos mecanismos de actuación, construcción, propiedad, uso y transformación.
En concreto, la organización del material bibliográfico para el presente artículo se ajusta a la línea de tiempo histórica en la conformación de las ciudades durante el siglo XX, iniciando en Europa y luego extendiéndose sobre el continente americano. En esta revisión, se presentan los diferentes enfoques teóricos funcionalistas y humanistas sobre el crecimiento de las ciudades y su expansión sobre el territorio urbano, tanto modernos como posmodernos, que luego serán relacionados entre sí de forma diacrónica para poder establecer comparaciones y conclusiones preliminares ante las formas de crecimiento de la actualidad.
Este análisis y reflexión acerca de las formas de crecimiento de las ciudades es un tema central para la disciplina urbanística, donde planificadores, arquitectos y agentes urbanos, tanto del sector público como del urbano, pueden convertirse en promotores de un cambio positivo para las futuras planificaciones, diseño y construcción de vivienda para la población en general. De este modo, es viable proponer un enfoque actual acerca del fenómeno de crecimiento de nuestras ciudades. Se plantea como objetivo general el abordar una reflexión crítica a la mirada actual de producir ciudad en la producción de vivienda formal, desde la comparación de las teorías funcionalistas y humanistas del siglo XX.
La mirada general teórica
Como antecedente a la conformación de las teorías urbanas a mediados del siglo XIX, aparece el pensamiento de ciudad como el objeto de estudio de la práctica urbana. En este momento se identifica al “urbanismo” como una disciplina estructuradora del diseño físico y espacial, y se establecen los fundamentos científicos que serían las bases del conocimiento que se generará en los años venideros. García-Bellido, J. (2000), pone en manifiesto la relación inseparable del derecho público y la economía con la ciudad. Esta relación hasta el día de hoy se mantiene inseparable y es una fuerte condicionante para los temas de planificación urbana.
Fue hasta finales del siglo XIX, donde aparece la primera noción de “urbanización" como cualquier acción que tienda a agrupar la edificación, y al mismo tiempo, regularizar su funcionamiento a base de un conjunto de principios, doctrinas y reglas, establecidas como normas a seguir, que deben aplicarse correctamente, para fomentar el desarrollo de la ciudad y el bienestar individual de sus habitantes (García-Bellido, 2000). Esta primera mirada al hecho urbano introdujo un pensamiento progresista que serviría como base para las teorías urbanas, funcionalistas y humanistas, que se desarrollaron en el siglo XX.
De esta manera, aparecen las teorías funcionalistas en la disciplina urbana con un enfoque multidisciplinar donde se muestran las diferentes evoluciones de la ciudad que marcaron una ruptura en el estudio urbanístico (García, 2016). Se inicia en el periodo entre guerras, Primera y Segunda Guerra Mundial, con la producción habitacional estandarizada y de característica mínima, lo que se evidencia como elemento detonante en las formas de crecimiento y transformación de las ciudades.
El enfoque “funcionalista” o también conocido como “racionalista”, abarca el momento de la Revolución industrial hasta el siglo XX donde se consolidan y se establecen las herramientas y prácticas de planificación urbana bajo distintos criterios, uno de ellos surge desde la teoría pre-urbanística de Cerdà. Sin embargo, esta concepción de hacer ciudad fue criticada más adelante por los mismos congresos internacionales del CIAM, más aún por el grupo Team X, en defensa de la postura “humanista”, proveniente de la escuela italiana de análisis urbano, liderados por arquitectos como Muratori, Caniggia, Aymonino, De Carlo, Lynch, Benévolo y Rossi. En este sentido, la teoría humanista trajo consigo una nueva mirada de la disciplina urbana para el crecimiento de las ciudades (Benévolo, 1996). Ambas corrientes teóricas sirven como bases preliminares para entender los procesos de configuración urbana y urbanización que surgieron en las ciudades industriales.
La ciudad funcional
El primer pensamiento funcionalista se origina a partir de las conferencias presentadas en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, conocidos por las siglas CIAM. La apertura del CIAM toma lugar en la ciudad de La Sarraz, Suiza, en el año de 1928, conformado por un grupo prestigioso de teóricos europeos en temas de arte, diseño, arquitectura y sociedad dentro del contexto moderno que se vivía en la época., liderados por la participación del arquitecto alemán Walter Gropius (Hall, 1996). Varias ciudades de Europa fueron escenarios de los diferentes encuentros donde se debatieron y formularon, las bases teóricas, principios y mecanismos de planificación del fenómeno arquitectónico y urbano que enfrentaban las ciudades durante el siglo XX. Hasta ese momento, el urbanismo había sido considerado un arte, una ciencia, una técnica, una práctica social, una práctica administrativa y política. Entre los temas del CIAM, están: las medidas políticas y legales, la vivienda mínima, la forma de agrupación de viviendas, y la ciudad funcional y su organización.
En este contexto, aparece el primer modelo de crecimiento de ciudad, mecanizada y estandarizada, gracias a los privilegios tecnológicos que la revolución industrial brindaba en la época (Hall, 1996). Aquí aparece el pensamiento de mecanizar la producción de vivienda sobre el territorio urbano, refiriéndose a la ciudad como una máquina. El pensamiento funcionalista concibe al proceso constructivo como un proceso industrial. Gropius, fundador de la Bauhaus y líder funcionalista, identificaba a la vivienda como un organismo técnico-industrial, una unidad conformada orgánicamente de varias partes. Según Del Acebo (2000), para Gropius la estandarización se obtiene por síntesis de las mejores formas anteriores de construir, lo que no constituye un límite sino un indicador de desarrollo y civilización. Pensamiento que formalizó, aún más, la construcción “en serie”, reflejando características como: exactitud y rigor en la forma, diversidad y sencillez, estructuración de acuerdo con las funciones de las tipologías edilicias, la jerarquización de calles y los medios de transporte, utilización de formas básicas que permitan la repetición forma-tipo, necesaria para la construcción en serie.
Para el crecimiento de las ciudades, el proceso de urbanización y práctica arquitectónica en la construcción de viviendas tenía que ser funcional, cambiando el modo de producción artesanal por el de prefabricados. Tiempo después, se llevaron a la práctica las bases teóricas acerca de las tipologías de vivienda mínima, en cuanto a su distribución interna, sus dimensiones y la incidencia que iba a tener sobre el entorno circundante, el barrio. Se crearon los primeros barrios residenciales “de carácter social, conocidos como “Las Siedlungen”, fenómeno que empezó en Alemania, para luego extenderse a todo el continente europeo (Hall, 1996).
Según De Terán (1969), las “Siedlungen” se constituyeron como los nuevos barrios de origen alemán, que además de servir como nueva tipología residencial obrera de forma lineal racionalista, sirvió también como un instrumento de expansión urbana, de crecimiento discontinuo, al constituirse como los nuevos núcleos urbanos separados entre ellos por medio de grandes zonas verdes; y localizados en sitios urbanos estratégicos, separados del núcleo urbano.
Asimismo, Diez (1997) sostiene que, a partir de esta práctica mecánica de producción en serie, se da a conocer un fuerte vínculo entre la arquitectura y el sistema económico, mostrando su eficiencia al involucrar un mínimo de esfuerzo laboral. Asimismo, la racionalización y la estandarización se convierten en el método de producción más eficiente, dándole mayor importancia a la construcción que a la arquitectura, por lo tanto, la calidad de la construcción dependía de los métodos de estandarización y racionalización en la producción.
Más adelante, el urbanismo se incluye, formalmente, como tema a tratar en los futuros congresos, sin dejar a un lado el tema de vivienda, haciendo varias propuestas de nuevas modalidades de vivienda, no solo unifamiliar sino también colectiva y en altura. En los congresos siguientes, la ciudad fue el tema por excelencia en los debates de urbanismo, donde en primer lugar se discute la “ciudad funcional”, término planteado por el arquitecto suizo-francés Le Corbusier (1959), quien se unió después al equipo de los CIAM y en segundo lugar, la eliminación de las diferencias sociales y económicas entre la ciudad y el campo por medio de la descentralización urbana, separando las zonas de producción, almacenamiento y vivienda, permitiendo que estén lo más próximas posibles a las zonas agrícolas como también a las vías de comunicación (Le Corbusier, 1959).
Uno de los aportes resultantes de la temática urbana a través de los distintos debates desarrollados en los CIAM, es la “Carta de Atenas”, publicada en el CIAM IV, en 1933, donde se presentan los principales postulados referentes al diseño y planificación de las ciudades modernas (Benévolo, 1996). Es aquí, donde aparece el concepto de “ciudad máquina”, representada por una zonificación estrictamente funcional. Entre las características principales de la ciudad funcional, están: la zonificación funcional estricta, la circulación segregada, las tipologías edilicias estandarizadas, los edificios normalizados y seriados bajo módulos establecidos y estandarizados (García, 2016). En este sentido, aparece una especie de manual técnico para la construcción de las ciudades, que, junto a otros mecanismos y herramientas de trabajo, como la utilización de la “grilla urbanística” de Le Corbusier, que serviría como un panel de presentación del proyecto urbano. “La grilla es un entrelazarse vertical y horizontal de elementos que es su cruce, proveen los puntos eficaces para de discusión” (Le Corbusier en Sprovieri, 2014, p. 473).
En el contexto funcional se puede exhibir un primer boom tecnológico que impulsa el aspecto económico en el área productiva, que hace posible un crecimiento acelerado en la industria de prefabricados. Esto permite, además, cubrir una alta demanda de vivienda de la época. Asimismo, la producción en grandes cantidades de automóviles trajo consigo la necesidad de construir carreteras para la expansión vial, la que iría de la mano con la producción en serie de la vivienda. Según lo antes expuesto por los principales integrantes del CIAM, Gropius y Le Corbusier, el dúo vivienda – automóvil se lo concibe como el actor fundamental en la expansión de las ciudades, sin tomar en cuenta, aún, los conflictos que se generarán en las otras áreas urbanas.
La ciudad romántica
Según Sprovieri (2014), el urbanismo y la arquitectura moderna inician con una base funcionalista, pero es hasta el término de la línea de congresos cuando hay un cambio de ideología en la producción de ciudades. Aparece un nuevo grupo de pensadores que sustituye la vieja escuela moderna, poniendo sobre la mesa los temas más trascendentales basadas en las asociaciones humanas, influenciadas nuevamente por un sentimiento romántico neopositivista. Se desarrolla, entonces un nuevo pensar, una ideología humanista, liderada por un grupo de profesionales de enfoque multidisciplinar, conocidos como el TEAM X. Su principal preocupación era lograr que las ciudades fueran más humanas, en vez de funcionales; y para ello, era necesario encontrar la forma de vivir la ciudad y no sólo de ordenarla. Para esto, se consideraba al barrio como una nueva unidad de estudio en el urbanismo, en donde el peatón pasaba a ser el protagonista en los mecanismos y herramientas de planificación urbana.
En el transcurso de la ciudad funcionalista aparecieron una serie de oposiciones a esa forma de crecimiento urbano. Los conflictos sociales, económicos e incluso conflictos de salubridad empezaron a rebosar en las ciudades europeas. El peatón fue expulsado cada vez más de su papel protagónico en la ciudad. Ante este episodio, la mirada humanista identifica al enfoque racionalista un fenómeno arrasador que ha demostrado de una manera acrítica a la humanidad (García, 2016).
Dentro de los debates urbanísticos y arquitectónicos, se consideran como categorías crecientes de agrupamiento de la estructura urbana, a la vivienda, a la calle, al distrito o barrio, y a la ciudad; siendo la vivienda la unidad común que hace posible la reproducción del tejido urbano, generando de esta manera el crecimiento y expansión del territorio. Para explicar con mayor precisión lo que se entiende por estructura urbana, nos referimos a dos autores, uno de ellos Yujnovsky (1971), quien sostiene que, la estructura urbana se compone, en primer lugar, de una estructura física, donde aparecen los elementos físicos de la ciudad como los usos de suelo, las edificaciones, las redes de infraestructura e instalaciones generales.
De esta manera, la vivienda se identifica como la célula constitutiva de la sociedad, que presenta un modo de construcción espacial según un conjunto de valores, modos de habitar y de ocupar el territorio urbano. Es decir, la vivienda no cumple su objetivo sino se la estudia dentro de un entorno social y comunitario, la vivienda se convierte en una célula dentro de un organismo vivo, el barrio (Fernández, 2006).
La ciudad romántica gira alrededor del ser humano, del peatón. Se menciona la importancia del habitante y su accesibilidad a cualquier servicio urbano sin la necesidad de hacer largos desplazamientos; “toda comunidad ha de ser internamente cómoda, ha de tener facilidad de circulación, consecuentemente cualquier que sea el tipo de transporte del que se trate, su densidad ha de crecer al ritmo de la población” (Sprovieri, 2014, p. 492). Estos servicios deberían estar ubicados en forma de núcleos, y las calles deberían convertirse en vías multifuncionales y multimodales, que le devuelvan al peatón su derecho a la calle.
Por otro lado, Rossi (1962) hace una crítica a la teoría funcionalista y organicista, al sostener que la morfología de la ciudad y su arquitectura no pueden ser solo un resultado de su función, no se pueden analizar ambos como meros objetos. Ante estos acontecimientos, nace la posibilidad de abrir la mirada urbanística desde un enfoque interdisciplinar, donde aparece la ciudad como el “campo de aplicación de fuerzas diversas” (Rossi en Sainz, 2011, p. 70). Todas estas prácticas urbanas permitirían incentivar la vida de barrio que, junto a la dotación de vivienda, constituirían la construcción de un entorno saludable al hombre, a las comunidades, y por ende a la ciudad en general.
En cuanto al crecimiento urbano hasta ese entonces, la ciudad industrial se ha transformado en una “Metrópoli”, cuando su área rural se consolida como un área urbana, es decir, el crecimiento de la ciudad se extiende hasta cubrir zonas rurales que, en algunos casos, suelen desaparecer. Este hecho toma forma, cuando las industrias ocupan las ciudades sin una zonificación que fuese planificada, o incluso pensada; en ese momento, los centros urbanos ya no ejercen las mismas influencias tradicionales que tuvieron en el pasado, sobre la evolución de las ciudades.
Según García-Bellido (2000), la ciudad romántica reúne un conjunto de símbolos que responden a una evolución cultural, un compromiso político, una valoración económica, espacial y temporal, que es determinado por estos valores simbólicos que caracterizan al usuario. En este sentido, aparece la ciudad como un resultado de un proceso histórico cultural, que se expresa físicamente en su estructura urbana y la disposición de cada uno de sus elementos sobre el territorio.
La mirada romántica a los temas de ciudad trajo consigo una serie de utopías urbanas como resultado de la oposición a los mecanismos funcionales - racionales de producir ciudad, estas utopías aparecieron como modelos teóricos de expansión urbana, donde se proponen nuevas ideas de planificación urbana que promocionaban una nueva forma de vivir en las ciudades, que tratan de mitigar, en lo posible, las consecuencias antihigiénicas que se vivía en las áreas urbanas, sobre todo en las áreas residenciales, durante el boom industrial; rescatando, además, su dimensión ambiental con la relación de áreas rurales o extensas áreas verdes (Hall, 1996).
Una de las primeras influencias románticas en la concepción urbanística, fue la propuesta de “ciudad lineal” (1882), a cargo del urbanista español Arturo Soria. La ciudad lineal era planteada como un cinturón urbano lineal de varios kilómetros de longitud, donde se proponía una alternativa para descongestionar las ciudades y recuperar un urbanismo digno para el ser humano, incluyendo como característica primordial, el contacto con la naturaleza.
Una segunda utopía fue el modelo de “ciudad jardín” de 1898 por el urbanista británico de Ebenezer Howard (1965), propuesta que intenta devolver la relación del paisaje natural con el área urbana construida, donde se plantea la metodología de descentralización a través de núcleos satélites rodeados de área verde y con la zona industrial ubicada en las periferias para evitar el contacto con el área residencial y de equipamiento, donde se limita el crecimiento urbano para mejorar sus condiciones edificatorias y sanitarias; y se reduce el crecimiento periférico de las ciudades. Esta segunda influencia romántica, según otros autores, conducía a un modelo de dispersión urbana con bajas densidades de vivienda.
Un tercer aporte al rescate del hecho urbano humanista es el modelo de “ciudad collage” (1970), por el arquitecto británico Collin Rowe. Este modelo utiliza la psicología del arte, a través de la teoría de la Gestalt (figura y fondo), donde se promueve el mensaje de que los edificios no deben proyectarse como objetos aislados para ser vistos desde el automóvil, sino que deben ser pensados desde una escala humana, tomando al peatón, como la medida de diseño y de planificación, de los núcleos urbanos y espacios públicos de las ciudades.
El pensamiento crítico en el proceso urbanístico, en cuestiones morfológicas y de crecimiento de las ciudades, fue encabezado por la escuela italiana, donde se plantearon, además, los principios del posmodernismo. En este escenario, se justifica el abandono de la zonificación funcional como mecanismo de planificación urbana porque demostraba la conformación de una fragmentación del tejido urbano, la segregación de los grupos sociales y las influencias de las diferentes lógicas locales en los procesos de planificación tipológica, donde no se permitía la innovación edilicia (García, 2016). Adicional a esto, el urbanismo reaparece como una disciplina con características modernas que consisten en la individuación de una conciencia sobre las diferentes dimensiones, dentro de las cuales se da la transformación de la ciudad.
El barrio aparece como el objeto de estudio para calificar los entornos urbanos y analizar los modelos de crecimiento y expansión de las ciudades. En este sentido, se señala la importancia de la construcción de la imagen de la ciudad por el urbanista Lynch (2015), en que la forma urbana condiciona la vida cotidiana a través de un tipo de “imagen mental”, donde cada habitante ha formado vínculos con ciertas partes de la ciudad y su imagen está impregnada de significados. Sumado a esto, se encuentra el aporte de Rossi (1962) para el estudio de la forma de la ciudad, enfocado en sus elementos físicos y, en la expresión de la forma de habitar y manera de ser de sus habitantes. La ciudad romántica se presenta como el resultado de las superposiciones de temporalidades múltiples y de la interrelación de distintas escalas, y no solo de una escala como sucedía en la ciudad funcional.
Durante la concepción de la ciudad romántica se generaron muchos debates de la cuestión urbana que ponían en manifiesto el origen real del urbanismo como disciplina. En este caso, el arquitecto e historiador italiano Leonardo Benévolo (1996) señala que el inicio del urbanismo moderno no se marca a partir de la Revolución industrial, o después del siglo XIX; sino que nace después, con las rupturas temporales y contextuales que originaron los cambios y las transformaciones del espacio urbano y de sus sociedades.
Según Del Acebo (2000), el urbanismo presenta un origen técnico y moral, donde la ciudad aparece como un resultado de distintas transformaciones, sociales, económicas, políticas, culturales, y hasta tecnológicas; y donde se establecen relaciones originarias de las diferentes inercias, movilidades e inmovilidades de lo construido. De esta manera, el urbanismo como disciplina se fue consolidando en cuanto la empírica lo solicitaba. Y esta empírica cubría no solo el aspecto técnico, como sucedía en la teoría funcionalista, sino también los aspectos multidisciplinares que incidían directa e indirectamente sobre las sociedades de ese entonces.
Ahora bien, una vez identificada la disciplina urbana como la actividad necesaria para la planificación de las ciudades, la regulación de su crecimiento y expansión, se empezaron a perfeccionar las técnicas urbanísticas en torno al medio interdisciplinar, intentado varios modelos de urbanización y modos de crecimiento, tal como se mencionaron anteriormente en las utopías urbanas (García, 2016). De acuerdo a esto, De Solá-Morales (1987) manifiesta que el proyecto urbano influye en la forma de la edificación y su posición en la parcela. Así, aparecen ciertos elementos que forman parte del lenguaje arquitectónico que confiere forma al lugar y que condiciona directamente la estructura urbana.
Estos elementos del proyecto urbano son: trazado de calles, tejidos y lugares urbanos o equipamientos. Siendo el primer elemento “trazado” el encargado de acometer las formas de crecimiento urbano, definiendo los límites y las relaciones entre lo público y lo privado. El segundo elemento “tejido” responde a las tramas que definen las parcelas y manzanas edificadas por varios modelos tipológicos. Y el tercer elemento “equipamiento”, hace referencia a los sitios destacados en la ciudad que vincula al espacio público (Capel, 2002). De esta manera, la disciplina urbana se perfecciona científicamente para establecer y analizar críticamente nuevos modelos de crecimiento de las ciudades en cuanto a la producción de vivienda formal.
Por otro lado, surgen nuevos problemas urbanos que se transformaron en una nueva temática que abrieron debates que continuaron vigentes hasta la época posmoderna. Un caso ejemplar fue el tema de los “suburbios” y sus características sociales excluyentes, tomando de referencia a las ciudades norteamericanas, donde se visualiza este episodio en su máxima expresión (Capel, 2002). En este sentido, se da paso a una nueva mirada al modo de crecimiento de la ciudad, en este caso, el modo difuso que reúne las características excluyentes antes mencionadas, efecto que trae consigo el modelo de ciudad difusa, el que se consolida con más fuerza a inicios del periodo posmoderno.
Hasta este momento, se puede corroborar que la aparición de la industria tecnológica de las ciudades no fue la solución a los problemas de la misma, sino una acentuación más profunda a los problemas que existieron hace muchos años atrás y que venían, de cierta manera, arrastrándose hasta la época moderna. Sin embargo, fueron ideales para identificar la raíz de los problemas urbanos y la calidad de vida de los ciudadanos. Estos abrieron un abanico de posibilidades de mejora con el retorno del romanticismo y los criterios aplicados por las teorías humanistas. Asimismo, el perfeccionamiento de los criterios de diseño humanistas en las ciudades permitieron encontrar otro mal que venía afectando a las ciudades hace décadas atrás, y que no había sido tratado sino hasta finales del siglo XX, lo que conocemos como la “ciudad difusa”.
La ciudad difusa
El crecimiento disperso ha existido desde los primeros asentamientos de los núcleos poblacionales, conocido como un crecimiento no planificado, donde la expansión se rige a los ejes de las vías de comunicaciones, a partir del núcleo inicial o aldea. Para este apartado se ha seleccionado dos tipos de autores; en una primera instancia se mencionan dos autores, uno posmoderno y otro contemporáneo, que ponen en debate los temas alarmantes del crecimiento fragmentado de las ciudades. Estos son, el geógrafo Capel y el arquitecto Fernández Güell. En una segunda instancia se mencionan las principales teorías posmodernas que se relacionan con crecimiento urbano de tipo difuso. En este caso, aparecen autores como el biólogo y planificador urbano Geddes, el historiador Mumford, el arquitecto Garnier y el urbanista Indovina.
A mediados del siglo XX, es clara la evidencia de cómo la mancha urbana que se va creando por la reproducción de vivienda formal sobre el tejido urbano muestra un orden difuso, saltado y fragmentado. Este modelo de crecimiento se lo conoce como “difuso” y es originado, en su gran mayoría, por los intereses políticos y económicos en las dinámicas del mercado del suelo urbano. El mercado del suelo contempla el sector público y el privado. Capel (2002) distingue esta forma de crecimiento como un crecimiento espontáneo, o también como un crecimiento “no reglado”, es decir, que no está sujeto a ningún ordenamiento o regla urbanística.
A nivel morfológico, el crecimiento disperso da lugar a un tejido irregular, donde los procesos de construcción dominan las iniciativas de urbanización fragmentada a cargo de actores singulares o individuales, que se fortalecen a través de los tiempos, donde la velocidad y la escala de urbanización de las ciudades crece aceleradamente cada vez más, con mayor énfasis en las ciudades latinoamericanas en vías de desarrollo. Este crecimiento acelerado fue manifestado también por Lewis Mumford (García, 2016) cuando a principios del siglo XX mencionaba que las ciudades estaban pasando por una cuarta migración provocada por la revolución tecnológica liderada por la aparición del automóvil, por lo que se hace referencia a las tres primeras migraciones vinculadas al trabajo pionero inicial de la tierra, a la herencia del trabajo industrial y, a los flujos de personas y mercancías a los centros financieros.
El desarrollo de la urbanización se realiza, casi siempre, en relación con las centralidades establecidas en el diseño inicial de las ciudades, y en otros casos, se desarrolla a través de dinámicas urbanas, como por ejemplo los mecanismos para la creación de plusvalías, según el manejo del poder de la propiedad del suelo y la acción constructiva de sus propietarios (De Terán, 1969). Todo esto señala la importancia del estudio del plano para el reconocimiento y la comprensión de la estructura del conjunto de la ciudad.
Así mismo, De Terán (1969) señala que, en las dinámicas de crecimiento y expansión de las ciudades, el uso del suelo es considerado como un elemento determinante para la incorporación de la edificación sobre el tejido urbano. El espacio posee diversos usos, y estos hacen referencia a las actividades urbanas que se desarrollan sobre el suelo. Se puede identificar en él, un espacio edificado que responde a los usos residenciales, comerciales, terciarios, de equipamiento e industriales; y otro espacio no edificado, donde se muestran los espacios destinados a las vías de comunicaciones, los parques y otras áreas verdes, los espacios destinados a los estacionamientos, y el suelo vacante por especulación, o también conocidos como “parcelas o lotes de engorde”.
El tejido urbano difuso no responde a una unidad en su conjunto debido por la presencia de diferentes yuxtaposiciones de varios tejidos preexistentes, lo que genera una variedad de formas complejas en los planos de la ciudad (Capel, 1975). Esto ocurre, ya sea por la adaptación de condiciones ambientales y topográficas del territorio urbano; o por el caso más común, la intervención de proyectos independientes a cargo de agentes urbanos, que alimentan el proceso fragmentario de urbanización.
La expansión física define las distintas acciones públicas y privadas, y muchas de ellas sin tener los mecanismos y herramientas adecuadas para su control y gestión. Del Acebo (2000) señala que esto sucede muchas veces como producto de la negligencia del poder estatal y de la sabiduría de los especuladores de suelo urbano. Este hecho toma forma, cuando las industrias ocupan las ciudades sin una zonificación que fuese planificada, o incluso pensada, lo que creó la especulación del suelo urbano y la propagación de viviendas precarias, junto a otros problemas urbanos como la congestión vehicular, la contaminación, entre otras. Asimismo, Capel (2002) manifiesta que los intereses privados en el manejo de los precios del suelo fortalecen los cambios de extensión urbana a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando la ciudad experimenta nuevas formas de crecimiento y expansión, con los modelos de ciudad dispersa y multipolar, junto a la construcción masiva de edificaciones, como centros comerciales o espacios de ocio, que alimentan el crecimiento de sus periferias y la creación conurbaciones.
Se presenta la morfología de las ciudades como el resultado de las estrategias y mecanismos que utilizan los agentes, tales como: los propietarios de los medios de producción, propietarios del suelo, promotores inmobiliarios y empresas de la construcción, y organismos de gobierno. Estos agentes urbanos utilizan el sistema capitalista, que transforma la producción del espacio urbano, donde se presume que la ciudad y el espacio ya no forman parte de sus habitantes y no son modelados de acuerdo con sus intereses, sino de acuerdo con los intereses de los agentes urbanos (Capel, 2002). Cuando la producción de la ciudad está en manos de los agentes urbanos estatales, locales y de los arquitectos e ingenieros a su cargo, el problema de la forma urbana pasa de plan urbano a proyecto urbano, el mismo que muchas veces se desentiende de la ciudad.
Las empresas de servicios urbanos tienen como objetivo principal el obtener las máximas ganancias monetarias; buscan fines lucrativos (Yujnovsky, 1971). De igual manera, las distintas formas de gestión inciden en la relación tipológica edilicia, en la morfología parcelaria y en la infraestructura de servicios; en otras palabras, los distintos mecanismos de gestión urbana, en cuanto a la actuación, a la construcción, a la propiedad, y al uso y transformación del espacio urbano, inciden totalmente en la configuración de la forma urbana.
El aporte de Capel (1975), complementa y aclara temas administrativos de poder, tanto estatal como privado, que muchas veces se presentan de manera superficial y no con una profundidad de análisis para comprender las dinámicas de producción residencial, y cómo estas influyen en el crecimiento urbano,
la producción del espacio urbano es resultado de las prácticas de unos agentes que actúan dentro del marco del sistema capitalista utilizando los mecanismos legales a su disposición o realizando su actuación al margen de estos mecanismos y obteniendo posteriormente la sanción legal correspondiente (Capel, 1975, p. 85).
Esta lógica de crecimiento urbano analiza los factores del crecimiento bajo el “sistema capitalista”, que incluyen, la centralización administrativa, las crisis económicas, sociales o políticas y la concentración de los medios de producción, y los costes sociales que éstos producen.
El constante crecimiento de las ciudades hacia las periferias ha ido evolucionando varios términos para su comprensión y seguimiento, partiendo de los esquemas modernos de crecimiento urbano donde se indica una mayor irregularidad, disgregación y dispersión de la utilización del suelo urbano y en el desarrollo de sus actividades. En este sentido, la descentralización puede convertirse en una corriente productora de suburbios, término empleado por Lewis Mumford (Hall, 1996) como el primer proceso de inicia un crecimiento difuso y fragmentado de la ciudad, junto a la expansión descontrolada como el segundo proceso de crecimiento.
El suburbio se produce cuando se deja el vacío urbano simplemente por intereses lucrativos, y no cuando es producto de fuerzas centrípetas. En otras palabras, producimos el suburbio cuando ciertas actividades, edificaciones, y/o equipamientos se ubican en la periferia urbana con la intención única de atraer un sector de la población específica. Y la sumatoria de este tipo de prácticas acríticas de urbanización, alimenta la creación del fenómeno de conurbación en las ciudades, un segundo proceso que continúa alimentando el modelo de ciudad difusa (Diez, 1997).
Al mismo tiempo, el término de “ciudad difusa” fue utilizado de manera literal por el urbanista italiano Francesco Indovina (1990), donde la población, los servicios y las actividades productivas se encuentran dispersas sobre el territorio urbano. Se asocian a este modelo de ciudad difusa, otros modelos “amorfos” de urbanización de la periferia como: “Outercities”, “Tecnópolis”, “Urban village”, “Metroplex”, “Silicon landscape”, etc. Además, cabe destacar que la expansión suburbana se aceleró en la década de los 40 con la aparición del automóvil y la construcción de su infraestructura vial; lo que Soja (1996) denomina “suburbanización masiva a una posurbanización”. En otras palabras, se trata de nuevas formas de expresión de la periferia urbana.
Un caso característico de ciudad difusa se encuentra en las ciudades norteamericanas con su modelo de “suburbio americano” diseñado bajo la escala del automóvil, donde toda acción de diseño, gestión y planificación de la ciudad se desarrolla alrededor de él y de toda infraestructura que condicione su uso en la ciudad (Muxi, 2009). En este sentido, los patrones de asentamiento de las principales áreas metropolitanas tienden hacia la descentralización multinuclear. De igual manera, las ciudades latinoamericanas han intentado copiar el modelo americano de urbanización con el pensamiento erróneo que el mundo publicitario muestra al mundo. Este hecho es muy común cuando se trata de países tercermundistas que fijan su mirada a países de primer mundo, creyendo que todo lo que ellos hacen es de admirar o el ejemplo a seguir.
Fernández (2006) reúne las teorías más comunes del crecimiento difuso de ciudades y las utiliza para demostrar tres modelos espaciales que muestran las dinámicas de transformación de las ciudades, el primer modelo conocido como de “colmatación interna” que hace referencia a la sustitución del perímetro urbano de espacios libres y edificaciones de altura media y baja por edificaciones de alturas exageradas, generando una condensación vertical. El segundo modelo es de “generación periférica”, donde se crea un impacto de los límites urbanos y las vías de circulación, generando un modelo de crecimiento desorganizado y de densidades extremas, influenciado en mi primer lugar por la creación de suburbios y luego por las conurbaciones. Y el tercer modelo de “creación de nuevas ciudades” muestra la planificación pensada sobre el territorio antes rural, alimentando “formalmente” la generación de suburbios y periferias urbanas. Estos modelos se han convertido en una nueva teoría de crecimiento que tiene su boom en el momento posmoderno pero que continúa extendiéndose hasta la época contemporánea y globalizada en la que vivimos actualmente. En otras palabras, estos modelos simplemente reflejan en un contexto diferente las diferentes formas de crecimiento difuso y desorganizado que ha existido desde orígenes del urbanismo moderno hasta la actualidad.
La mirada actual: la ciudad del consumo
Desde esta nueva perspectiva, es necesario destacar los aportes de autores como Muxi (2009) y Venturi, R., Scott-Brown, D. y Izenour, S. (2016). Ambas aportaciones señalan que el mundo globalizador de hoy en día ha ejercido una serie de influencias sobre los territorios de las ciudades, sobre todo en el área del consumo, ocio y recreación. Este modelo tiene orígenes americanos gracias al estilo capitalista y modelo de vida exclusivo que se brindan a las familias americanas. Sin duda, Estados Unidos es un gran referente para los países de Latinoamérica y más aún cuando hay tratados políticos y económicos de por medio.
Según Muxi (2009), se denomina a este sistema urbano como una “ciudad de consumo”. La ciudad del consumo es responsable del diseño fragmentado de la ciudad. El poder del mercado capitalista y sus decisiones empresariales intenta resolver los problemas urbanos marcando diferencias sociales y la lucha de clases. En este sentido, la ciudad recopila los fragmentos temporales que el sistema arroja, lo que conlleva a una eliminación de la concordancia de tiempo y lugar de autenticidad. En este sentido se crea simplemente una escenografía, la que solo es válida para ese momento preciso y no tiene ningún vínculo ni secuencia con el hecho urbano.
De igual manera, Muxi (2009) presenta la morfología del crecimiento de las ciudades como el resultado de las estrategias y mecanismos que utilizan los agentes, tales como: los propietarios de los medios de producción, propietarios del suelo, promotores inmobiliarios y empresas de la construcción, y organismos de gobierno. Estos agentes urbanos utilizan el sistema capitalista, que transforma la producción del espacio urbano, donde se presume que la ciudad y el espacio ya no forman parte de sus habitantes y no son modelados de acuerdo con sus intereses, sino de acuerdo con los intereses de los agentes urbanos. Cuando la producción de la ciudad está en manos de los agentes urbanos estatales, locales y de los arquitectos e ingenieros a su cargo, el problema de la forma urbana pasa de plan urbano a proyecto urbano, el mismo que muchas veces se desentiende de la ciudad.
Asimismo, Venturi et al (2016) señala que la forma urbana depende de la inversión privada y del flujo capital. Este sistema de red de flujos convierte a la arquitectura en un resultado efímero. Esta es la costumbre americana de “usar-desechar” que conocemos a través de los medios y que se vuelve atractiva para la generación de la nueva era tecnológica. Según Muxi (2009), la nueva era tecnológica ha actualizado el concepto de ciudad, ahora las generaciones del nuevo milenio miran a la ciudad como una relación dialéctica entre redes visibles e invisibles; siendo las invisibles las más acentuadas como, por ejemplo, los modos de conducta y apariencia; las relaciones públicas; el marketing del modelo de vida ideal (proveniente de la tradición americana). Esta red invisible genera una fuerza sobre la forma urbana visible, donde se marcan las diferencias entre “conectados” y los “no conectados”, este último grupo lo conforman las personas que viven en las zonas menos afortunadas de la ciudad, como es el caso de los asentamientos informales.
Por otro lado, las formas residenciales resultantes de la producción formal de vivienda recopilan las iconografías deseadas en la antigüedad a la actualidad, lo que promueve la idea de volver a los tiempos pasados, al estilo de vida romántico que la ciudad romántica de ese entonces ofrecía (Venturi et al., 2016). Este hecho constata claramente que las formas de producir ciudad en cuanto a la urbanización formal que se iba realizando a finales del siglo XX e inicios del XIX, seguía un modelo acrítico desvinculado totalmente (excepto ciertos casos) de la necesidad del peatón, del ciudadano y de la comunidad en la él forma parte. Esta lógica de crecimiento urbano analiza los factores del crecimiento bajo el “sistema capitalista”, que incluyen, la centralización administrativa, las crisis económicas, sociales o políticas y la concentración de los medios de producción, y los costes sociales que estos producen.
El sentimiento de volver al estilo de vida pasado es lo que Muxi (2009) señala como “escenografías de ficción”, que venden un “lugar” de seudo significados, como es el caso de los suburbios americanos, o en nuestro caso, las urbanizaciones cerradas y alejadas del núcleo urbano. Este modelo de producción de vivienda formal está a cargo de los agentes privados que se dirigen a una población con una capacidad adquisitiva mayor que el resto de la ciudad. Pero son ellos los que enamoran al grupo menos favorecido de la ciudad, los “no conectados” que vive bien y tranquilo en su lugar céntrico, pero que se siente atraído por ese paraíso ficticio, anhelando eso y más de la clase “conectada”.
En cuanto a la vivienda, la producción de su servicio está ligada por la tecnología, el precio del mercado y los precios de producción. El Estado marca un modelo de decisión en la configuración urbana que introduce un valor político-social en la asignación de recursos, la que puede ser de tipo mixto, cuando hay un equilibrio del poder público sobre el privado, o de tipo netamente estatal (Muxi, 2009). De esta manera, se puede afirmar que el Gobierno interviene en la estructura urbana a través de actividades en la producción de bienes y servicios, en la propiedad de tierras urbanas, en la inversión pública y en la prestación de servicios a la sociedad.
Por otra parte, Muxi (2009) manifiesta que la nueva modalidad de urbanización cerrada o amurallada es un claro ejemplo de cómo la fuerza del mercado define a la forma. Una forma cuyo objetivo principal de seguridad no se cumple, y esto es causa de la segregación espacial y social que genera fuera de sus murallas. De esta manera, se afirma que este modelo cerrado de urbanización alimenta la cultura urbana global de la autosegregación, fragmentación socio económica y zonificación funcional. La seguridad ciudadana no busca únicamente el componente físico de la delincuencia, sino también el componente social, la seguridad humana, el sentirse bien con uno mismo y con los demás, el vivir sanamente como comunidad y no con etiquetas.
A pesar de que las Tecnologías de la información y la comunicación (TIC) proponen un tipo de “integración social” que es iniciado por el automóvil, no genera los mismos resultados y ventajas de una integración de encuentro personal (Muxi, 2009). En este sentido, se puede identificar que los “conectados” son los que más desconectados de la ciudad y de todas las funciones que esta ofrece. Y no solo desconectados del núcleo urbano, sino que muchas veces esto se vuelve constante en los propios núcleos familiares. De esta manera, seguimos alimentando el modelo de crecimiento difuso, disperso y fragmentado, que inicia en nuestros hogares y se extiende por toda la ciudad mientras sigue creciendo la conexión a la red, al mismo tiempo que crece la desconexión con la ciudad.
Venturi et al. (2016) reconoce el modelo de crecimiento difuso como un patrón sobre el terreno. Las actividades urbanas entrelazadas forman un patrón sobre el terreno. Este patrón depende de la tecnología de la comunicación, del movimiento, y del valor del suelo. En otras palabras, en esta nueva era tecnológica los intereses privados no recae únicamente sobre los proyectistas, bancos o inmobiliarias, sino también sobre el consumidor, olvidando los criterios humanistas que mejoran la calidad de las ciudades, sobre todo la importancia del peatón como la unidad de medida para la praxis urbana. En este punto, vuelve la tecnología y su empoderamiento político-económico a tomar el primer lugar en la práctica urbanizadora.
Conclusiones
La conformación de las ciudades, su crecimiento y expansión a partir de la producción de vivienda formal sobre el territorio es un tema que ha ido evolucionando desde los tiempos antiguos, pero ya de una manera consolidada desde los tiempos modernos, a raíz de la Revolución Industrial. Es por esta razón que la introducción y reflexión de las principales teorías urbanas que enmarcaron la disciplina urbanística, funcionalista y humanista, se manifiestan en el presente artículo para abordar críticamente la mirada actual (siglo XXI) al crecimiento de las ciudades.
A pesar de que cada teoría se fue desarrollando en base a la “prueba y error”, por así decirlo; primero sobre las ciudades europeas y luego sobre el resto del mundo, las teorías posteriores fueron adoptando ciertas características originales de las teorías iniciales. De este modo, la evolución teórica hasta el día de hoy acerca del crecimiento de las ciudades fue adoptando un estilo “híbrido” al estar vinculada de cierta manera a las teorías originales, esta vez con características enfocadas a los intereses particulares o, mejor dicho, a los intereses del mercado.
A lo largo del siglo XX se ha identificado como la tecnología ha sido un detonante para acentuar los problemas que las ciudades han ido acumulando por mucho tiempo atrás, siendo únicamente la ciudad funcional una excusa para llamar la atención a los profesionales de la época a tomar acción urgente sobre los territorios urbanos. Sin embargo, el poder político y económico que envuelve al factor tecnológico se ha mantenido intacto desde el siglo anterior hasta la actualidad, y ha sido motivo de otros problemas urbanas que actualmente seguimos enfrentando en nuestras ciudades, como es el caso del crecimiento desordenado, bajo intereses políticos dentro de un mercado del suelo, recurso que es altamente demandado y ofertado al mismo tiempo según la mente especuladora de sus propietarios.
Las ciudades viven, actualmente, una revolución tecnológica donde la ciencia y la técnica avanzan a mil por hora, creando redes invisibles pero que generan resultados visibles, muchos de ellos no tan ventajosos como se quisiera, pero otros sí resultan agradables a la sociedad. Este fenómeno revolucionario seguirá avanzando y dejará a su paso oportunidades para ser tomadas e imposibilidades para ser desechadas. Depende del ciudadano en sí, este ser racional y humano a la vez, el tomar los instrumentos correctos para ejecutar cambios que reintegren las comunidades segregadas e ir cubriendo los vacíos que fue dejando la ciudad difusa. La integración urbana tiene que ser palpable en el territorio urbano y en la vida de su gente, sin importar sus diferencias.
La realidad urbana de nuestros tiempos está inmersa en un mundo consumista y conectado, pero esto no debe influenciar en nuestro modelo de vida y de ciudad. El ciudadano es un participante activo de su ciudad y no un mero consumidor. Él es responsable de lo que genera y de lo que recibe de su territorio urbano. El hecho de que exista una heterogeneidad social en la ciudad no significa desigualdad, sino convivencia en diferencia, el deber de una ciudad es garantizar las diferencias y no las desigualdades. Es tiempo que el peatón vuelva a ser esa unidad de medida para la planificación, gestión y evaluación de las ciudades, y también es necesario que la tecnología sea un ente autónomo, sin influencias de ningún tipo, para que pueda dotar de las herramientas de última generación para el beneficio de las ciudades y la calidad de vida de sus habitantes. El día en que la política deje controlar el crecimiento de la ciudad, será el día en que encontraremos soluciones inofensivas y creativas para beneficio de todos.
Referencias
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